Qatar

Primavera árabe

Pareció un poco excesivo y los argentinos estaban a punto de explotar. Los hinchas de Arabia Saudita, todavía emocionados y excitados por haberle ganado al equipo de Scaloni, se pasaron de la raya. Caminaban por las calles de Doha y, a cualquiera que tenía la camiseta celeste y blanca, le gritaban: "Messi! Where is Messi!!!! Meeeeeeeeesiiii!". En algún momento pareció que podía derivar en una o dos peleas.
Aunque poco después perdieron con Polonia y abandonaron el paraíso triunfal, los árabes tomaron el triunfo con una locura pocas veces vista. Se agarraron la cabeza. Se besaron. Lloraron. Dieron vuelta al mundo. 

El símbolo deportivo tiene una semblanza en el resto de la vida. Así como los hinchas de Arabia Saudita aprovecharon -y hasta abusaron- de su momento de gloria, el resto de las sociedades árabes parece disfrutar de este Mundial como una oportunidad única que no puede ser desaprovechada.

Dependiendo del roce del lugar anfitrión (no es lo mismo Londres y Nueva York que Rusia y Qatar), es normal que los locales aprovechen un evento así para mezclarse con otras culturas. Las personas suelen estar mucho más abiertas, más permeables a experimentar, más amigables. La rutina se destroza por un mes para todos. Y, aunque es real que los qataríes parecen un poco más inhibidos que otros anfitriones, como los rusos o los brasileños, sí lo están disfrutando a su manera.

En la calle peatonal del barrio de Lusail, a pocas cuadras del estadio en el que ya jugaron Brasil y Argentina y se disputará la final del Mundial, los locales salen a jugar su Mundial. 

En una esquina, un puesto de maquillaje acumula un grupo de mujeres con túnicas de todos los colores. Las más chicas se sientan frente a un espejo circular en una mesa con un mantel azul y se disponen a sonreír mientras una maquilladora profesional les cambia el look. Las madres supervisan de muy cerca, mirada condescendiente. Y feliz. 

Hay muchas familias que salen a ver lo que pasa. Les llama la atención cómo gritan los argentinos. Quieren ponerse los típicos gorros mexicanos y sacarse fotos con ellos. Miran de reojo los bailes de algún que otro grupo de brasileños. 

Una pareja que tiene dos niños de entre 2 y 4 años camina sin prisa, mirando todo alrededor. Están correteando para un lado y otro, jugando con una pelota de fútbol chica mientras ellos hablan sonrientes. Justo atrás, dos mujeres de unos 55 años trasladan un cochecito vacío cada una. Parecen ser las niñeras o las empleadas.

Un grupo de mujeres se saca fotos en una especie de aguas danzantes, mientras que unas tres chicas se graban y practican un baile frenético con el fondo de un tiburón que cuelga sobre el cielo, gigante. Una típica coreografía para Tik Tok.

En la misma peatonal, dos hombres cuelgan una bandera gigante sostenida por un palo cada uno que agrupa a las banderas de varios países árabes (Qatar, Arabia Saudita, Emiratos Árabes). 

Árabes

Ahí, en Lusail, donde banderas de los países que juegan el Mundial cubren el cielo, bares sirven jugos, té y bebidas sin alcohol y la música suena como en un boliche pero al aire libre, hay muchos chicos jugando al fútbol. Algunos se aíslan haciendo jueguitos y otros interactúan con los hinchas que van pasando por el lugar. Un pase. Un 'que no se caiga'.
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En Souq Waqif, el barrio más tradicional, con tiendas que venden antigüedades, animales encerrados en pequeñas jaulas o especias, cientos de locales (algunos qataríes y muchos inmigrantes que son la mano trabajadora que lleva adelante el país) dan vueltas a la espera de una historia, de una foto, de una conversación. Los restaurantes no dan abasto, siempre llenos, siempre recambiando.

Algunos habían anticipado que los locales no se sentían cómodos con la organización del Mundial, que no pretendían que llegara tanta gente, que no se sentiría su calidez. Pero no se percibe ese ambiente.

Qatar vive su fiesta, a su manera, sabiendo que es su momento, que el mundo apunta su mirada hacia Doha, que no es tiempos de olvidos o destierros. Que es tiempo de la Primavera árabe.

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