Ruben Uría Blog

Larga vida a Jürgen Klopp

Podría llegar el día en que Jürgen Klopp llegue a España y después de fichar por el equipo que a él le dé la gana, empiece a parecernos un personaje menos carismático y cautivador de lo que parece.  Podría llegar el día en el que algunos periodistas y aficionados nos permitamos el lujo de dudar de su capacidad como estratega. Podría llegar el día en que sus millares de partidarios acabasen siendo sus mayores críticos con su manera de entender el juego, porque todos los entrenadores son hijos de los resultados. Incluso podía llegar el día en el que su legión de seguidores se convenciera de que su figura, en realidad, no es tan idílica como proyectan su espontaneidad y su personalidad arrolladora. Pero hoy, queridos lectores, no es ese día.

De “Kloppo” enamora todo. Su respeto por los códigos del juego, su pasión desmedida por el fútbol, su manera de defender el patrimonio del club, su capacidad casi febril para liderar, sus dotes de excelente motivador de vestuario, su energía volcánica para encender un estadio, su empatía con la hinchada y sobre todas las cosas, su naturalidad para formar parte de un selecto grupo: el de los entrenadores que transmiten una filosofía concreta sin ir por la vida con aire de Ministros de Asuntos Exteriores. Cocinero antes que fraile, jugador antes que entrenador, Klopp siempre ha sido un tipo consciente de su energía y también de sus limitaciones: “Tenía un talento de Tercera y una cabeza de Primera, así que me quedé en Segunda”. Hoy, desde el banquillo, él lidera y el vestuario, sea cual sea su naturaleza, capacidad, reputación, calidad o fama, le sigue. “The Normal One” puso en órbita y en el mapa europeo al Mainz, refundó el joven Borussia de Dortmund y lo convirtió en una apisonadora a campo abierto, heredó un Liverpool caótico y lo ha transformado en una máquina sofisticada de contragolpear. Amante del riesgo, entusiasta convencido y capaz de reciclarse en sus métodos, Klopp es un maestro a la hora de esconder los defectos de su equipo y potenciar sus virtudes.

Su receta consiste en el arte de hacer sencillo lo que es realmente difícil: convencer a sus jugadores de que se visten de corto para divertir al espectador, para brindarle emociones fuertes y para devolver el precio de la entrada en cada partido. Hechos a su imagen y semejanza, sus equipos son una amalgama de presión asfixiante, transición supersónica y llegada frenética. Todos, reconocibles. Todos, armónicos. Todos, truenos a la contra. Y todos con un sello distintivo que les diferencia del resto: no ganarían ningún concurso de estética, pero desprenden un aroma a fútbol puro que consigue atrapar al espectador. Presión, robo, transición y descarga letal. Quizá sus equipos nunca terminen por alcanzar el trono del fútbol mundial, pero son tan sumamente divertidos como efervescentes. Los equipos de Klopp no juegan. Emocionan. Sin adornos. Vértigo.

Es posible que Jürgen Klopp no sea el mejor entrenador del mundo pero ¿a quién le importa? El tipo tiene todo lo que un aficionado pide al líder de su equipo. Exige pero trabaja, tiene mala uva y sentido del humor, es humilde en la victoria y orgulloso en la derrota, sabe ganar y además, sabe perder. Y siente el fútbol con la pasión del hincha número uno del club. Podría llegar el día en que Klopp no fuera tan jodidamente perfecto como parece. Podría llegar el día en el que sus equipos no fueran un parque temático, una montaña rusa de emociones. Incluso podría llegar el día en el que este hombre que siente el fútbol como el “heavy-metal” dejase de comportarse como un tipo sencillo, que dejase de sonreír y que aparcase su capacidad para tomarse una cerveza bien fría con los suyos, ajeno a la victoria o la derrota. Pero hoy, no es ese día. Larga vida a Klopp.  

Rubén Uría

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