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Ruben Uría Blog

Rubén Uría: "Coutinho, dentro del laberinto"

Parte del Camp Nou le bajó el pulgar a Coutinho. Un sector del público todavía confía en su fútbol y otro está empezando a dudar. Su problema es multifactorial. En primer lugar, adaptarse al ecosistema del Barça no es un paseo por el campo. Muchos jugadores formidables lo han intentado con desigual suerte: unos perseveraron y lo lograron, otros se desencantaron y se rindieron. El brasileño se encuentra en ese punto: elegir entre ser toro o torero. En Anfield podía galopar, pero en el Camp Nou hay que saber trotar. En la Premier podía acelerar y en España la cualidad más preciada es saber frenar. En el Liverpool era hombre orquesta y en el Barcelona, la batuta es para Messi. En cualquier equipo, por regate, velocidad y disparo, sería actor principal. En el Barça es actor de reparto. Aquel Coutinho que fichó el Barcelona era un verso libre, alegre y llegador. Este es más contenido y más tímido. ¿Cómo volver a ser quien es? Sencillo. Confianza.

Ese es su segundo problema, la confianza. O mejor dicho, de falta de confianza. Llegó como titular indiscutible, como delantero o como interior, pero jugó siempre, tuvo su espacio, se le concedió presencia y en momentos puntuales, galones. En la carrera por la titularidad, estaba varios cuerpos por delante de Ousmane Dembélé, entonces discutido por varios episodios que denotaban que llevaba una vida un tanto desordenada y que le faltaba madurar que la profesión de futbolista se debe vivir dentro del campo, pero también fuera. Cuando Ousmane pasó de Duermebé – copyright Santi Giménez, del AS- a Dembélé y empezó a marcar goles, demostrar velovidad punta y un desequilibrio letal, Coutinho dio un paso al costado. Su confianza se resquebrajó, su importancia se rebajó y su rendimiento disminuyó. Mal síntoma para una estrella: la competencia interna, lejos de sacar lo mejor de él, terminó condenándole a su peor versión.

Y en tercer lugar, a Coutinho se le culpa del alto precio que el club pagó por él, condenándole a llevar una pesada mochila de piedras en cada partido. Calidad le sobra, pero las expectativas generadas son enormes. Así que, si club y público miden su estatura futbolística, euro por euro y libra por libra, el debate se envenena y la mente del jugador se bloquea. Sólo así se entiende que esa tonelada de responsabilidad se haya convertido en un lastre que le está impidiendo crecer. Por ahora, la montaña de euros que costó se ha convertido en una pendiente demasiado escarpada. Tanto, que está resultando ser un Everest para Coutinho que, por más empeño y predisposición que pone, no está pudiendo escalar. Resulta sencillo imaginar qué efecto puede provocar esta serie de problemas cuando se sazonan con una pitada desaprobadora de la grada cuando tu equipo juega en casa. 

Que Coutinho ha pasado de solución a problema es una realidad. Que está a tiempo de volver a brillar también es un hecho. Se ha instalado en la duda, pero puede revertir la situación. Cuenta con un aliado, Valverde, que sabe que debe recoger a los heridos. Lejos de sacarle de la rotación, le está empujando a entrar, concediéndole oportunidades. Bien hecho. Otro punto de arranque para que Coutinho florezca y no se marchite debe ser el vestuario. En la caseta es apreciado y querido. No hay jugador que no respete su profesionalidad, su trabajo y su entrega. Nunca un mal gesto, nunca una palabra fuera de tono, nunca un palo en la rueda. Titular o suplente, convocado o no. Ahora mismo, el brasileño parece apocado y un punto resignado. Necesita volver a creer sentirse arropado y necesario. Cuerpo técnico y plantilla le están ayudando. Ahora falta que él mismo de el paso definitivo: dejar de intentar ser el jugador que los demás quieren que sea para volver a ser el jugador que es. Si no arroja la toalla y persevera, lo puede lograr. Si sigue preso de la cárcel de su precio, tirará la toalla. Coutinho está en el laberinto. Y para salir de él,  sólo necesita algo que no se mide en euros, ni se puede fichar, ni comprar, ni medir en euros. La rebeldía. Eso consigue lo más difícil en el fútbol: cambiar los pitos por aplausos.

Rubén Uría 

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