River Boca hinchas fans partido suspendido Copa Libertadores 25112018Marcelo Hernandez/Getty Images

La gente sí se va a comer este garrón

Contrario a lo que dijo Maradona después de la derrota 5-1 ante Vélez en 1996, aquella famosa frase que se hizo viral, remera y se hizo de cabecera, "la gente sí se va a comer este garrón”. Se tiene que comer este garrón. Basta de público en las canchas. Basta. Ni visitante, ni local. Nadie. A partir de ahora, todos los partidos que se disputen en Argentina tendrían que ser a puertas cerradas. Listo, problema resuelto. ¿Cuál es el beneficio de dejar entrar a los estadios a miles de personas que darían hasta lo que no tienen por ver a su equipo? Ninguno. Mejor invertir el dinero del operativo en obras para el club, en refuerzos, o donarlo a un comedor infantil. Ganamos todos. 

Las postergaciones de la final de la Copa Libertadores entre River y Boca lo dejaron a la vista: nadie quiere jugar con público. Ni la FIFA, cuyo máximo representante en el país -nada menos que el presidente Gianni Infantino-, aceptó que el partido se pasara a las 19.45 del sábado, después de las agresiones al micro de Boca; ni la CONMEBOL, que hizo y deshizo a gusto sin reparar por un segundo en las más de 60 mil personas presentes en el Monumental; ni la AFA, con Chiqui Tapia a la cabeza, ni siquiera intervino para que, por lo menos, se pensara en la gente -la de River, la de Boca y la del resto de los equipos de la Superliga, que esperaron hasta último momento para saber si sus partidos de la fecha se jugarían (el clásico entre San Lorenzo y Huracán se suspendió menos de 24 horas antes de su horario programado)-; ni los presidentes de Boca y de River, que declararon y/o permitieron que se realicen publicaciones oficiales (comunicados, tuits) sin esperar confirmaciones porque, claro, lo más importante era que pareciera que ellos estaban haciendo todo lo posible para conseguir lo mejor para sus clubes. Y acá se podría discutir cuánta importancia tienen los hinchas para ellos. Nadie quiere a los hinchas en las canchas.

Todas las decisiones que tomaron (o no tomaron) los grandes dirigentes del fútbol que estuvieron involucrados en la final de la Copa Libertadores dejaron en claro que el público es lo último en lo que piensan, que los hinchas son el último eslabón de una extensa cadena de intereses en la que no figuran los fanáticos.

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El sábado, desde que agredieron al micro de Boca en los alrededores del Monumental hasta que se confirmó la primera postergación de la final, pasaron cuatro horas. Durante esas cuatro horas, el público de River que ya había entrado al Monumental (ni hablar de la cantidad de gente con entrada que se quedó afuera tras algunos incidentes con la policía) esperó alguna noticia, alguna certeza. La voz del estadio les dijo que a las 18 iba a comenzar el partido y, con algo de incredulidad, celebraron la noticia. Minutos más tarde y después de leer los rumores que circulaban en las redes sociales -los poquitos afortunados que tenían señal en el teléfono-, se impacientaron nuevamente. Otra vez la voz del estadio anunció el comienzo del encuentro, a las 19.15. Una hora más ahí adentro pero la ilusión de ver "la gran final". Y otra vez el silencio, y más dudas. Finalmente, el anuncio de la suspensión y el interrogante: ¿cuándo se juega? Y confirmaciones irresponsables, y otra vez ir a la cancha, y de nuevo esperar, y otra suspensión y especulaciones. Y repetir errores y, otra vez, olvidarse de la gente.

"No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie", dijo alguna vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano, anticipando el final anunciado del fútbol argentino. 

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