Eran otros tiempos. Todavía no se había visto el gran equipo de Barcelona dirigido por Guardiola. El fútbol no había cambiado. Y Boca parecía tener su propio estilo táctico: cuatro defensores, un cinco, un ocho, un volante por izquierda, un diez, un centrodelantero y otro que se mueva por todo el frente, por las puntas.
Y ahí surgió Fernando Gago. Jugaba en la posición más importante: de volante central. En el Xeneize no se jugaba con doble cinco, no se jugaba con dos internos. Rápidamente se adueñó de la posición y del puesto. Brillando con la camiseta de Boca, de la que siempre reconoció que es hincha.
Getty ImagesPintita se movía como si tuviese mil partidos en Primera. Siempre al trote y acelerando cuando correspondía. Se metía entre los centrales, salía a jugar en posición de tres y de cuatro. Quitaba, se tiraba al piso. Tenía un quite limpio, totalmente limpio. No le hacía falta raspar y hacer faltas para sobresalir. Quitaba. Cubría perfectamente los espacios. Y se la entregaba a quien correspondía: Gago siempre tuvo la capacidad de dar el pase que corresponde, a los costados, al que está más cerca, o un pase vertical para romper líneas. Cumplía las funciones para las que hoy en día se necesitan dos números cinco: uno que quite y otro que juegue.
Se hizo dueño de la mitad de la cancha. Se jugaba al ritmo que él quería cuando él lo decidía. Porque lo hacía correctamente.
Del rapado que disputó los primeros partidos pasó a ser un cinco elegante y pelilargo. La comparación estaba en marcha: el legado de Fernando Redondo era muy reciente. Y encima lo quería el Real Madrid.
Gago rápidamente deslumbró a todos. Tuvo temporadas brillantes y formó parte del equipo de memoria de Basile, ese que ganó todo lo que jugó: dos torneos locales, una CONMEBOL Sudamericana y dos CONMEBOL Recopa.
Y otra condición más: la personalidad. Ningún jugador triunfa en Boca siendo frágil de personalidad. Está claro que Gago la tuvo durante toda su carrera: no cualquiera se recupera de dos roturas del tendón de Aquiles y una rotura de los ligamentos cruzados.
Fue un ídolo subvalorado en el Mundo Boca. Sin tanto carisma, sin demasiada simpatía para enfrentar a los periodistas, con un estilo diferente de juego al que se acostumbra en el Xeneize.

Fue el último crack que sacó Boca. Desde su surgimiento, han salido otros grandes jugadores, pero Fernando llegó enseguida al primer nivel, comprado directamente por el Real Madrid en una cifra récord. Su reemplazo fue otro volante de gran nivel: Éver Banega. Pero parte de las inferiores las hizo en Newell's y siempre jugó en clubes clase B de Europa. Posteriormente, los grandes jugadores que sacó el Xenize pueden llegar a la memoria como Nicolás Gaitán, Lucas Pratto, Leandro Paredes -ahora llegando al primer nivel mundial tras varios pasos por Europa- o Rodrigo Bentancur.
Fue un fuera de serie que tuvo todas las condiciones para triunfar, excepto algunas cuestiones biológicas que se toparon en el camino y que nadie que no lo conozca puede analizar: si fue psicológico, si fue físico, o qué fue. El cierre de su carrera no es justo con él ni con el resto de lo que vivió en una cancha. Pero deberá aceptar que lo último que se vio de él no necesariamente coincide con lo que fue. La última imagen -rengueando hacia el banco de suplentes en una noche que será recordada como fatídica para los Xeneizes- no tiene por qué graficar toda su calidad, jerarquía y personalidad para ser el crack que fue dentro de un campo de juego.
