Sócrates podría haber jugado en el Mundial de 1978, ya que tenía 24 años, pero no pudo participar porque estaba estudiando medicina. El Dr. Sócrates debutó con la selección un año después, cuando ya jugaba para el Corinthians, que pronto se convertiría en uno de los proyectos futbolísticos más revolucionarios del mundo.
Tras varios fracasos deportivos bajo una gestión autoritaria, a principios de 1982 Waldemar Pires fue elegido presidente del club y nombró al sociólogo Adilson Monteiro Alves como director deportivo. Juntos dieron a los jugadores total libertad creativa. En ese momento, el Corinthians contaba con varios futbolistas políticamente activos: Wladimir, quien defendía en la izquierda; Walter Casagrande, cuya militancia incluso lo llevó a prisión brevemente; y sobre todo Sócrates, cuya mente y espíritu se asemejaban a los del revolucionario Che Guevara. “Me gustaría ser cubano”, llegó a decir.
Sócrates y sus compañeros instauraron estructuras democráticas en el Corinthians. Jugadores, entrenadores y directivos votaban en todas las decisiones importantes y menores, desde nuevos fichajes, despidos y alineaciones, hasta horarios de entrenamiento y el menú. Incluso flexibilizaron las estrictas reglas de la llamada Concentración, que obligaba a los jugadores a permanecer encerrados en un hotel antes de los partidos.
Este modelo se llamó Democracia Corinthiana. Pero esta democracia en el fútbol no solo se preocupaba por asuntos internos, sino también por la situación política del país. En sus camisetas, el Corinthians criticaba la dictadura militar que gobernaba Brasil desde 1964 con lemas como “Elecciones directas ya” o “Quiero elegir al presidente”. Sócrates solía llevar cintas blancas en la cabeza con mensajes como “El pueblo necesita justicia”, “Sí al amor, no al terror” o “No a la violencia”.