Vinicius Raphinha Paqueta Neymar Brazil 2022 World CupGetty

Una forma de vivir, una manera de jugar

Río de Janeiro. 7.30 AM. El mar luce relajado. El sol empieza a crecer suavemente sobre la espalda de la ciudad. Se escuchan los ruidos de los pájaros sobre los árboles que bordean la playa. La arena todavía está un poco fresca. 

Copacabana tiene mucha gente despierta. Parece un ejército destinado a una guerra. Una marcha de fieles. Una maratón. Pero no son más que cariocas que empiezan su día. Juegan a la altinha (ese juego tan simple y complejo que consiste en que la pelota no se caiga nunca en el que usan todas las partes del cuerpo en una mágica demostración de destreza y talento; pecho, hombro, borde externo, interno, pantorrilla, espalda; lo que sea).

Practican futboley. Algunos pueden hacer un partido de dos contra dos. También hay nadadores, surfistas, paleteros que prueban drives y slides con una bola de tenis. Seguramente la actividad tiene varios objetivos: actividad física, descargar tensión. Pero todo parece signado bajo una poderosa ola llamada diversión. En Río de Janeiro, como en las otras playas de Brasil, como otras calles de Brasil, como otros campos de Brasil, la gente quiere -y puede- divertirse. 

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El arte de improvisar. El aprovechamiento del espacio público. La playa, la segunda casa. El pie descalzo que se mezcla con la arena, se pone un poco rojo y luego va formando capas más resistentes. La pelota, lo único que se necesita. Brasil, un país gigante con más de 200 millones de habitantes, teñido por todo tipo de territorios y gente, parece relacionarse de manera única y consentida con una cosa: la pelota. 

Alrededor de ese contexto nacieron casi todos los jugadores de la Selección de Brasil que juega en el Mundial Qatar 2022. La gran parte del plantel se divide entre las dos grandes ciudades: Sao Paulo, donde los potreros todavía tienen un significado valioso y hasta obligatorio (los clubes de Brasil hacen jugar a sus categorías al menos una vez por semana en esos terrenos para que no pierdan los valores de lo que da la tierra, el barro y el piso con matas), y Río de Janeiro, por el otro. Neymar, Gabriel Jesús y Casemiro, de la capital económica. Vinicius, Paquetá, Pedro, de la capital cultural. 

Hacía bastante que no se percibía ese ambiente de playa en un equipo de Brasil. Tite consiguió un sistema (4-2-1-3) para aprovechar al máximo el valor individual. Aunque Vinicius y Rapinha tienen una necesidad defensiva y retroceden para formar una línea de cuatro mediocampistas, su objetivo es uno: desequilibrar. Salvando las distancias, tiene esa idea de pasar por encima a los rivales que el equipo del 2006 que reunía a Ronaldinho, Ronaldo, Adriano y Kaka.

Brasil se divierte como los cariocas que juegan en la playa. Bailan porque es su forma de ser. No sufren los partidos. No lloran de los nervios. No necesitan gritar desesperadamente como los argentinos. La Verdeamarela sabe de bailar. Este plantel retomó la alegría desinteresada del plantel del 2002, famoso por los cantos, las panderetas y los tambores que encabezaba Ronaldinho cada vez que viajaban en bus o llegaban al vestuario del estadio.

Se viralizó bastante el discurso de Roy Keane, que comenta el Mundial para la TV de Inglaterra: "Creo que es una falta de respeto que bailen así cada vez que convierten. No me importa que sea una vez, en el primer gol, pero no siempre. Es irrespetuoso. Hasta su entrenador se involucra. No me gusta". En realidad, no es que no le gusta. Es que no lo entiende.

Así lo hicieron contra Corea después de la exhibición del primer tiempo. Cada gol tuvo su propio festejo, su propia coreografía. No es exagerado ni tiene que ver con una burla al rival. Es simplemente una manera de sentir, una manera de vivir, una manera de jugar.

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