GoalCuando el Atlético de Madrid fichó a Rodrigo De Paul, contrató un futbolista como la copa de un pino y tres abetos. En dos ratos, se ha metido al público del Metropolitano en el bolsillo. Tiene todas las condiciones que cualquier director deportivo persigue. Tiene todas las caracteristicas que satisfacen a cualquier entrenador. Y tiene todo el fútbol necesario para justiticar hasta el último euro que se ha pagado por él. Tiene pulmón, quite, arrestos y supura liderazgo. Sin balón, es un microondas. Y con balón, es multiusos. Rompe líneas, conduce de manera imperial, domina el pase corto, es diferencial en el pase largo y juega con una intensidad extraordinaria. Tiene un disparo de media distancia letal, sabe interpretar cuándo acelerar y cuando frenar, sabe sacarle tarjetas al contrario porque es canchero y ha caído de pie en el vestuario, porque comparte su verbo favorito y lo conjuga como hace Simeone: ganar.
De Paul, que apenas lleva unos meses en el Atleti, parece que lleva toda la vida vistiendo la rojiblanca. Lidera, hace piña, potencia al grupo y juega como si estuviera poseído por una furia interior que le invita a demostrar, en cada partido, que nadie se equivocó con su llegada. Clave en Argentina, socio de Messi y piedra angular del título de Copa América de la albiceleste, De Paul está llamado a ser un jugador de época. Tiene todo aquello que la afición colchonera exige. Agallas, personalidad, bravura y calidad. Y su rendimiento es directamente proporcional a la exigencia del hincha. Si juega de inicio, el aficionado duerme a pierna suelta. Si sale de refresco, nunca defrauda. Y cuando lo deja todo en el campo, la gente agradece lo que ve. Se ha doctorado y en materia de afectos, ya asoma en el corazón del hincha. Simeone sabe que tiene un pura sangre, el vestuario sabe que tiene ahí un jefe y el aficionado se rompe las manos a aplaudirle. Con motivo. Es un jugador bestial.
Rubén Uría
