Tevez Boca Juniors Tigre Superliga 03112018Getty Images

Tevez, el ídolo que volvió a jugar de ídolo

Arrastra los partidos Carlos Tevez. Tiene momentos buenos, pizcas de lucidez o chispazos de talento. Pero, en general, la realidad se impone de otra manera: al Apache, como no le había pasado nunca en su dorada carrera, le cuesta hacer diferencia. ¿La principal razón? Es difícil determinarlo, pero probablemente se lo pueda vincular con su forma de jugar. El delantero fue -es- dependiente de su desequilibrio físico. A los 34 años, tras varios meses desechados en China y con más de una década encima de recibir golpes y acumular lesiones, se encuentra ante situaciones inéditas en su ADN futbolero. Ya casi no gana en el mano a mano de velocidad. Cuando tiene que aguantar de espaldas, lo desbordan y carece de fortaleza para resistir la presión. Le falta aire para tomar decisiones con la cabeza libre.

¿Y qué?

Todo sobre la final de la Copa Libertadores 2018

Aunque tuvo momentos útiles para el equipo de Guillermo en el 2018 (en 31 partidos, hizo 10 goles y dio 3 asistencias; un gol clave ante Palmeiras en la fase de grupos, otro importante ante Libertad en los octavos de final, algunas actuaciones buenas en el torneo local, como la última ante Tigre, en la Bombonera), Carlos Tevez, el jugador argentino con más títulos de la historia después de Messi y el mejor pago del plantel xeneize, tuvo un rol secundario.

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¿Y qué?

"Hoy me toca vivirlo desde otro lado y no adentro de la cancha, pero no pienso en lo personal. Tengo 26 títulos y los dejo de lado por la gloria de este club, y eso lo deben entender todos". Quizás lo hizo sin darse cuenta. Es probable que haya tomado la decisión de manera consciente. Lo claro es que Carlos Tevez volvió a jugar de ídolo en un momento en el que los hinchas de Boca, luego de su escape a China que rompió varios corazones, lo empezaban a ver de reojo.

No lo consiguió a base de goles, asistencias ni grandes rendimientos. Lo logró a partir de una forma de sentir su rol, su -nueva- posición. Tevez se bancó ser el segundo de varios. Aceptó que llegaran todo tipo de refuerzos en el ataque. No tomó a mal que su entrenador, un excompañero con el que fue perdiendo empatía con el paso del tiempo, no lo mimara ni un poco (de hecho, entre los dos se reparten la culpa de no haber encontrado ni apuntado al tipo de juego que necesitaba Tevez para el final de su carrera: quedó en la indefinición. No se convirtió ni en un exquisito definidor y goleador ni en un organizador sabio). Dejó pasar que no fuera considerado en varias situaciones clave. No hizo ni una cara cada vez que fue reemplazado (de los 22 encuentros en los que fue titular en el 2018, en 15 abandonó el campo de juego antes del final).

Sobran las divas en los vestuarios del fútbol argentino. Jugadores con menos de 20 partidos en Primera piensan que ya pueden estar a la altura de los pequeños detalles del día a día de la convivencia en un plantel. Y, Tevez, que ni bien regresó de la Juventus creyó que debía tomar un rol mucho más grande que el de un jugador, entendió que el silencio era salud para Boca. Su Boca. A la larga, es una demostración de amor y fidelidad. Cuando se acerca la final de la Copa Libertadores 2018 ante River, el Apache se enfrenta ante una situación incómoda. Se sentirá extraño, no hay dudas. No será protagonista, los flashes no apuntarán a él, las cámaras y hasta los gritos de los hinchas (porque el "de la mano de Carlos Tevez" dejó de escucharse hace un tiempo en la Bombonera) irán por otro lado.

¿Y qué? Al fin, Tevez jugó el 2018 como lo que es (aunque no como lo que vino a ser: podría haber aspirado a destronar a Riquelme como la leyenda más grande): un ídolo. 

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