Que se puede cambiar de cualquier cosa menos de equipo de fútbol. Dicen y faltan a la verdad, aunque se trate de una de esas falsedades comúnmente aceptadas. Conocemos niños que por distintas circunstancias saltan de animar a un club a sentir como propios los colores de otro. Cierto es que no resulta ni mucho menos tan frecuente cuando se trata de adultos a los que les gusta el fútbol. Sin embargo, ahí está Óscar.
Tan ocurrente y alegre como madridista, Óscar disfrutaba de las exhibiciones del Buitre y de Sabonis indistintamente. A su lado, la mayoría de los bilbaínos navegábamos entre las olas que dejaba la nave del Athletic de los 90. Cuando jugaban los de Concha Espina, él iba a San Mamés con su camiseta del Madrid, ora OTAYSA, ora Teka en el pecho.
Lo que nunca variaba era su liturgia previa a cualquier partido que tuviera que disputar el Madrid. Un par de horas antes de las citas, Óscar se vestía de corto, se abrochaba las zapatillas y salía a correr por Bilbao “porque para que ellos se dejen todo el campo, yo tengo que sudar lo mío antes de ponerme frente a la tele”. Se mandaba diez, doce o quince kilómetros con esa fruición que ofrece saberse constantemente aspirante a ganar campeonatos.
No sabemos cómo pero alguien nos secuestró la juventud y nos vimos con mujeres y niños. Óscar seguía acudiendo a San Mamés, ahora cada domingo y siempre acomodado en la misma localidad. Llevaba varios años siendo socio del Athletic y disfrutaba y padecía lo mismo que cualquier otro hincha rojiblanco en su asiento de la tribuna. Nadie le pidió cuentas por el cambio de la zamarra de Siemens por la de Petronor. Llegó para el campo antiguo y con todo el resto de la marea rojiblanca se trasladó al nuevo, donde sigue, pandemia mediante.
Hoy he estado tentado de llamarlo para que me recibiera, como siempre, con una sonora carcajada antes de mediar palabra, pero al final he optado por enviar un mensaje pidiéndole pronóstico. Al momento de escribir estas líneas, Whatsapp me dice que no lo ha visto aún, pero ya sé lo que me habría respondido en el caso de haberlo leído. Y es que Óscar ya no sale a correr antes de los encuentros de su Athletic porque no siente esa obligación. No vive las competiciones con la misma urgencia que en su anterior etapa. Descansa en el abrigo que le supone estar rodeado de los suyos.
Son varias las generaciones que no han visto ganar una Copa al Athletic y por eso, cada vez que los leones disputan una final copera, todos se acuerdan de los más jóvenes. Hoy, yo he querido traer el caso de mi amigo Óscar, que vivió en Bilbao ajeno a los fastos de las gabarras y que ahora cree que mañana mismo se abrirá el Mar Rojo y que el pueblo rojiblanco lo cruzará comandado por Marcelino. Ya digo que no me ha contestado el mensaje, pero y qué. Nunca subestimes la fe del converso.




