"De todo laberinto se sale por arriba", escribió en 1936 Leopoldo Marechal, magnífico poeta, novelista, ensayista y dramaturgo argentino, en su libro de poesía "Laberinto de amor". Y fue Lionel Messi quien quedó encerrado en un laberinto en La Bombonera, pero no hubo forma de escapar. Y con Leo en estas condiciones, a la Selección argentina todo le cuesta un poco más.
La tabla de posiciones de las Eliminatorias
Se dijo durante la doble fecha anterior que la Albiceleste había dado un gran paso adelante al no depender exclusivamente de la magia del 10, sepultando aquella idea de frenar un ataque para que la pelota pase en algún momento por sus pies. No deberá considerarse un retroceso en este aspecto entonces, porque, debe decirse, el "problema" fue de la Pulga.
Los atenuantes están claros: no llegó en su mejor forma física y si bien había tenido una gran actuación el sábado ante Betis, Koeman lo había dejado en el banco porque no lo vio bien del tobillo. Para colmo, llamó la atención su imagen antes de arrancar el duelo, en la que evidenció problemas estomacales. De ahí en adelante, nada podía salir bien.
Porque Messi ya no tiene veintipico. Messi ya pasó los 33. Aunque su físico sigue siendo privilegiado, sacarse dos o tres rivales de encima ya no resulta tan simple como en tiempos dorados. Y mucho más aún con la cabeza en modo 2020, entre pandemia, 2-8, burofax y guerra contra Bartomeu. Así, cuando se presenta un rival como Paraguay, que cierra filas y no escatima en agresividad para recuperar la pelota, el partido se hace cuesta arriba.
Tampoco colabora en el juego actual de Leo el vértigo permanente de un equipo joven, plagado de energía pero que necesita un freno que a veces no sabe pisar. Entonces recibe de espaldas, incómodo, con dos rivales atrás; o baja hasta mitad de cancha, la recibe y ve pasar compañeros de manera desordenada. Y si a todo ello se le suma el curioso criterio de aplicación del VAR de Raphael Claus, quien le anuló el gol de la victoria por una falta ocurrida a 60 metros, 30 segundos y más de 10 pases antes, o el travesaño donde se estrelló el tiro libre con destino de ángulo.
El de esta noche era un partido en el cual Messi, si hubiera sido cualquiera de sus 10 compañeros, era cambio cantado. Pero la esperanza de que frote la lámpra y su deseo sea escapar del laberinto nunca se puede perder. Y eso seguirá ocurriendo.
