"Si el mundo aceptó la figura de las Sociedades Anónimas, el fútbol argentino la tiene que aceptar". Hacía apenas tres meses que había asumido la presidencia de la Nación y, con el viejo -y débil- argumento que sostiene que el camino a seguir siempre es el que toma la mayoría, el presidente Mauricio Macri explicó las razones que lo llevaban a insistir en el proyecto para permitir el ingreso de capitales privados a los clubes , una propuesta que intenta impulsar desde sus tiempos de dirigente de Boca. "Cuando uno ve el futbol en distintos paises se ve algo bien organizado, dinámico, que crece", argumentó en aquel marzo de 2016 el mandatario, sin especificar demasiado a qué se refería con su afirmación.
Tras dos años y medio de lobby, presiones y medidas apuntadas directamente a lograr el ahogo financiero de los clubes, finalmente la idea del presdiente logró volver a instalarse en la AFA: impulsado por Daniel Angelici, el proyecto de Sociedades Anónimas Deportivas se votará en el Comité Ejecutivo el próximo 29 de noviembre. Y Macri espera un resultado diferente al que tuvo 20 años atrás, cuando como mandatario de Boca llevó por primera vez la propuesta a Viamonte y perdió la votación de manera categórica: 34 votos contra 1 (el suyo).
Detrás del proyecto que impulsa el gobierno descansa la idea de que, tal como están organizados actualmente -bajo la figura de "entidades sin fines de lucro"-, los clubes están condenados a la crisis. Y que la única manera de ordenar las endebles economías es a través de una administración empresaria. No es una cuestión de los desmanejos de los dirigentes, sino de la estructura. Pero, más allá de que son sobrados los ejemplos que demuestran lo contrario -tanto a nivel local como en el plano internacional-, la cuestión a tener en cuenta son los riesgos que implica entregarle la propiedad de una institución a un individuo. Porque, a fin de cuentas, eso es lo que significa la privatización: que los colores, la cancha, el escudo, todo, pase a tener un dueño.
En Argentina hay un grupo de hinchas que puede contar en primera persona lo que eso puede significar: los de Sportivo Barracas. En 2003, el club pasó a ser gerenciado por un grupo económico liderado por el periodista Enrique Sacco (al no existir la figura de la Sociedad Anónima Deportiva en el país, la empresa solamente se hizo cargo del área de fútbol), que en una supuesta búsqueda de expansión económica, hizo añicos la historia de una de las instituciones más importantes del país en la era amateur.
El Grupo Económico Inversor S.A., tal el nombre de la empresa, decidió mudar la localía del equipo a la ciudad de Bolívar (de la cual es oriundo Sacco), con la intención de atraer a los locales a la cancha y conseguir una importante masa societaria. Para eso, la gerenciadora se metió con lo más sagrado que tiene un club: el nombre y sus colores. Sportivo Barracas pasó a llamarse Sportivo Barracas Bolívar y abandonó su histórica camiseta a bastones blancos y azules para pasar a utilizar una roja. De entrada, la movida fue tolerada por la gente: el dinero aportado por los inversores permitió aliviar la compleja situación económica y, encima, en la primera temporada el club consiguió ascender de la Primera D a la C.
Sin embargo, el proyecto se estancó y, en 2007, Sacco y su gente decidieron fundar un club paralelo, con el mismo nombre, para que compitiera en el Argentino C. Fue la gota que rebalsó el vaso: en 2009, la CD de Barracas decidió rescindir el contrato de gerenciamiento . Abandonado a su suerte, el club tuvo que pedir prestada la cancha de Acassuso para poder hacer de local, descendió rápidamente a la D y en 2012 fue desafiliado. Un año después, ya con su viejo nombre recuperado, comenzó a resurgir de las cenizas y en 2015 volvió a ascender a la C, donde todavía compite.

A fines de 2015, Sacco estuvo cerca de convertirse en el director periodístico del Fútbol Para Todos, el programa de televisación libre y gratuita del campeonato argentino que el gobierno se encargó de desmantelar a través de Fernando Marín, no casualmente otro hombre ligado a la privatización: entre 2001 y 2006, Marín fue la cara visible de Blanquiceleste S.A, la gerenciadora del fútbol de un Racing quebrado y a la deriva, que tenía el objetivo de administrar las finanzas del club hasta poder levantar el concurso de acreedores. Fueron los años más grises de la historia de la Academia, por más que durante ese tiempo - en el Apertura 2001- el club pudo cortar la racha de 35 años sin títulos. Jugadores malvendidos (el actual arquero de la Selección, Sergio Romero, fue transferido con apenas un partido en Primera, por ejemplo), instalaciones abandonadas, nuevas deudas, empleados impagos y un largo etcétera fueron el legado que dejó la empresa cuando quebró, a mediados de 2008. Desde entonces, el club de Avellaneda recuperó su vida institucional, logró reacomodarse, fue campeón en 2014 y hoy es uno de los equipos más competitivos del torneo.
Pero este tipo de historias no son exclusivas del fútbol argentino. En España, el país en el que está basado el proyecto de Sociedades Anónimas Deportivas de Macri (y donde todos los clubes, salvo los gigantes Real Madrid y Barcelona y las excepciones Athletic de Bilbao y Osasuna, fueron forzados a venderse a capitales privados), hay largos ejemplos de malas administraciones empresarias , que terminaron hasta en la desaparición de las instituciones.
El caso más recordado por estos lares es el de Badajoz, el club del ascenso que Marcelo Tinelli compró en 1998 : el actual vicepresidente de San Lorenzo llevó con él casi un plantel completo de futbolistas argentinos, puso al Toti Iglesias como DT, cambió los sponsors de la institución y soñó con llegar rápidamente a Primera. No lo logr y, tras apenas dos temporadas, vendió sus acciones. Desde entonces, el humilde club de Extremadura comenzó a caer en picada hasta que, en 2012, la Justicia ordenó la liquidación de los bienes, la institución desapareció y debió ser refundada bajo el nombre de Club Deportivo Badajoz 1905.
Algo similar ocurrió, en 2003, cuando Daniel Grinbank compró Leganés, llevó a José Pekerman como Director Deportivo, a Carlos Aimar como DT y a 15 futbolistas argentinos (lo que lo llevó a despedir a 15 de los españoles del plantel): tras cinco meses a los tropezones, el empresario musical se dio cuenta que no podía sostener su proyecto faraónico y se fue. La Justicia española, finalmente, terminaría por desconocer la transacción. El equipo descendió esa misma temporada.
Y no solamente son clubes del ascenso los que han sufrido malas administraciones empresarias: Rangers, uno de los dos clubes más importantes de Escocia, fue declarado en quiebra a mediados de 2012 tras años de desmanejos, debió ser refundado, comenzó a competir en las categorías más bajas del ascenso y recién logró volver a Primera a mediados de 2016. Algo parecido le sucedió a Fiorentina en Italia: el club fue disuelto en 2002 e, inmediatamente, se creó Fiorentina 1926 Florentia, que comenzó a competir en la Serie C2 con el nombre de Florentia Viola y un año después logró recuperar el nombre y el escudo del club. Napoli, en 2004, sufrió una cuestión similar. Lo mismo le pasó a Parma en 2015. Y este año fueron tres instituciones históricas las que cayeron en bancarrota: Bari, Cesena y Avellino. Los tres fueron refundados y actualmente participan en la Serie D.
La lista de ejemplos podría seguir y seguir. Casos como el de los ingleses Porthsmouth y Leeds, adquiridos por dueños que quisieron llevarlos a la elite a través de inversiones multimillonarias y terminaron por fundirlos, se repiten a lo largo del globo. Está también Grenoble Foot 38, de Francia, que fue comprado por empresarios japoneses en 2004 y terminó por quebrar en 2011, luego de algunos años de bonomía y de ver pasar por sus filas a una larga lista de futbolistas nipones.
Pero esas no son las historias que se cuentan. Es más fácil rescatar a Manchester City, Paris Saint-Germain o Chelsea, equipos menores que saltaron a los primeros planos por la plata de los empresarios de turno. Como si ese fuera el camino a seguir: el de la ley de la selva.
