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Histeria colectiva, 'cláusulas PVP' y 'Heitingadas'

Es un clásico de nuestro tiempo. Cada vez que se acerca el final de mercado, la afición del Atleti aprieta el botón del pánico. Primero, porque el personal tiene memoria y recuerda aquellos años de plomo donde, a última hora y por la gatera, se iba un jugador que no debía salir. A aquello, popularmente, se le conoció como la 'Heitingada'. Aquel defensa holandés ni siquiera fue recordado por cómo jugaba, pero dejó una huella profunda en el imaginario atlético, la de un adiós traumático e inesperado. De aquellos polvos, estos lodos. No hay final de mercado (¿por qué demonios sigue abierto con el campeonato ya en la tercera jornada?) que los atléticos no vivan con el corazón encogido, albergando el temor de que sus mejores jugadores acabarán yéndose tras recibir una oferta superior. Unas veces es el jugador el que pide irse, otras es el club el que necesita el dinero, otras la oferta es demasiado tentadora para decir que no y el orden de los factores no altera el producto.

Al fondo, la cuestión clave que sigue alentando la sospecha. Más allá de la desafección de la tribu atlética por unos dirigentes que entraron como entraron y se hicieron con el club como se hicieron, aparecen las cláusulas de rescisión. En teoría, el factor disuasorio para proteger los activos del club y espantar a los posibles compradores. En la práctica, un precio de venta al público, PVP, que lejos de asustar al potencial comprador, le invitan a poner la tela por el jugador, para que el club pueda recaudar. Doble filo, triple sospecha, múltiples miedos. No hay verano que Simeone no rece para quedarse como está y no hay mercado que no haya un jugador o varios que suenen para otros equipos, sembrando el pánico entre la afición. Que, dicho sea de paso, parece adicta a empacharse de histeria y drama en agosto.

El último en saltar a la palestra es Yannick Carrasco. La postura del club es de manual. Dice lo que tiene que decir. Su versión: no está en venta, no quieren negociar y si un club quiere pagar su cláusula, son 60 "kilos". De libro. La clave de todo esto reside en un verbo: negociar. Aquí conviene reflejar un matiz. Si un club decide no negociar y se remite a la cláusula del jugador, obliga al comprador a depositar la cláusula, de manera íntegra, en la sede de LaLiga. Ejemplo hecho carne: Rodri Hernández. Ahora bien, si un club dice que no negocia pero acepta que otro le pague el importe de la cláusula, en realidad, sí está negociando y está aceptando un traspaso por el dinero que marca esa cláusula. Ejemplo: Lucas Hernández.

A simple vista, ambos casos se parecen, pero en realidad, no tienen nada que ver. El Atleti no negoció por Rodri. Los ingleses pagaron la tela y nada que hacer. En el caso de Lucas, el Atleti sí negoció, aceptó el pago por el importe de la cláusula e incluso recibió un adelanto del primer plazo, para tener liquidez. Ahí sí se negoció. Después, de propina, está la voluntad del jugador. Hay muchas maneras de convencer o empujar a un jugador que no quiere salir para que acepte, pero más allá de todo eso, si un futbolista dueño de su destino no quiere salir de un club, no sale. Es el gran bazar persa. El final de mercado. Voluntades, posturas de manual y palabras que se lleva el viento. Aquí lo que valen son los hechos. Y lo que más pesa, el dinero.

¿Cómo evitar que el Atlético entre en pánico cada vez que se acerca del final de mercado? Fácil de decir, difícil de hacer. Aumentar cláusulas, incluso hacerlas progresivas (que vayan aumentando conforme menos días de mercado queden) y comprometerse a no negociar, ni por el importe de la cláusula, salvo que un jugdor diga, públicamente, que se quiere ir del Atlétic. Eso ayudaría a que los aficionados dejen de jugar a eso tan viejo de piensa mal y acertarás. Y de paso, ayudaría al club a recuperar credibilidad cuando lanza un mensaje. Con Carrasco, 'Twitter Atleti' apuesta por la 'Heitingada 2.0'. Uno, que tiene el 'culo pelado' en estas lides y que no es ingenuo, esta vez apuesta por lo contrario. Si es pieza clave para el entrenador y no se quiere ir ¿qué hay que negociar? Nada. A renovar. Manos a la obra.

Rubén Uría

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