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Bernardo Silva Manchester City Real MadridGetty Images

Exclusiva: Baño y legado

Fue un baño descomunal. Una apoteósica exhibición de fútbol del Manchester City, que descargó una tormenta perfecta en una interminable sesión de posesión, agresividad, calidad, presión asfixiante y voracidad por la victoria. Sin tregua. Sin piedad. El Madrid, el equipo de las siete vidas, el rey de Europa, fue destrozado. El equipo inglés aprendió la lección. No subestimó a su rival, lo acosó, no le concedió nada, lo sometió y cuando pudo, lo mató y después le enterró. Al Madrid le puedes someter y superar, pero si no le castigas cuando toca y le destrozas y le entierras, se levantan y te entierran a tí. Al Madrid, el Falconetti de Europa, había que matarle así. Si tienes la oportunidad, hay que liquidarle, poner los clavos en el ataúd y enterrarle. De lo contrario, siempre sale de la fosa. El City fue el único equipo sobre el campo. No le dio nada al Madrid, cero regalos, fue a muerte en cada duelo, siempre quiso más, presionó como si no hubiera mañana y nunca levantó el pie del acelerador. Ese es el legado de Guardiola. Jugadores que se lo pasan de puta madre y que, anoche, se lo hicieron pasar todavía mejor al antimadridismo, que apuró la noche, la disfrutó y siempre la recordará.

El nombre propio de la eliminatoria fue Rodrigo Hernández Cascante.De largo,el mejor mediocentro del mundo. Una bendición para el fútbol español, cuya prensa ha tardado años en reconocer lo que era evidente, que es mucho mejor de lo que nos contaban. Rodri, la piedra angular de Guardiola, reventó el partido con una actuación soberbia, memorable, incluso abusiva. Su partido, escandaloso, pura perfección. Distribuyó, quitó, gobernó, asistió, lideró, frenó y aceleró. Fue el amo y señor del partido. Pata negra. El segundo violinista sobre el tejado de Pep fue Kevin De Bruyne. Calidad, visión, precisión, picardía, control, regate, potencia, conducción, ambición, liderazgo y personalidad. Un monstruo. A su lado, dos puñales: Grealish, que atormentó a Carvajal, y Bernardo Silva, que liquidó al Madrid con dos goles y destapó las esencias de su mejor fútbol. Al otro lado de la ventanilla, Kyle Walker. Un defensor bestial. Vinicius ni la olió. Walker anuló al brasileño, le superó en el cuerpo a cuerpo, por colocación y también por velocidad. El compositor de la sinfonía local, Pep Guardiola, volvió a demostrar que, más allá de filias y fobias, es un auténtico genio de los banquillos. Sometió al Madrid con un fútbol exquisito, por momentos nos devolvió a 2011 y lo hizo siendo fiel a ese estilo que sus inquisidores dicen que ha traicionado. El enemigo público número uno del madridismo radical dejó en el aire la sensación que tiene el resto del mundo: si Guardiola es un fracasado, todo el mundo soñaría fracasar como él. 

Al fondo, más allá de la destrucción del equipo que parecía indestructible, aparecen los telepredicadores baratos. Sus profecías, opiniones (sic) y sus miserias propagandísticas quedaron expuestas. Al aire libre. Nos dijeron que Rooney era un bocazas por decir que el City machacaría, que los ingleses se creían superiores y que, cuando sonara el himno de la Champions, unos ingleses temblarían y otros sonreirían. Nos contaron que dónde estaba Haaland, que De Bruyne era una mentira, que Grealish no se iba de nadie, que Guardiola tenía miedo de hacer cambios y que Vinicius era el mejor del mundo mundial. Atrapados en sus opiniones y sus fobias, descubrieron la verdad. Que Rooney recitó la Biblia y tenía razón, que Grealish se fue de todo Dios, que De Bruyne es un espectáculo andante, que Guardiola no tenía miedo, que Vinicius no es el mejor del mundo porque ni siquiera es el mejor de su equipo y que Haaland estará en Estambul.

La verdad es que el Madrid ha hecho lo imposible tantas veces que algunos creían que todo el monte era orégano y que todos los días es fiesta. La verdad es que ahora matarán a unos jugadores que han hecho historia, porque viven del escándalo y del ruido gratuito, porque saben de fútbol lo mismo que una piedra. La verdad es que los masajeadores de Florentino ahora empezarán a culpar al empedrado y pedir que rueden cabezas. La verdad es que entre editoriales impostados y ridículos interminables, en la fiesta de Blas son siempre los mismos los que llevan una copa de más. La verdad es que, cuando sonó el himno de la Champions, el que tembló fue el Madrid y el que sonrió fue el City. Exclusiva. Fueron hombres contra niños. Baño y legado.

Rubén Uría

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