Simeone GriezmannGetty Images

El del pelo rosa

Diego Forlán fue un goleador implacable que vacunaba todo lo que se movía, Kun Agüero fue la magia del potrero que hacía retumbar al Calderón, Fernando Torres fue el Peter Pan de toda la afición, Diego Costa era la bestia que significaba un terremoto 7.5 en la escala de identidad colchonera y Radamel Falcao fue un tigre salvaje capaz de rematar cualquier cosa, hasta una lavadora que cayese del fondo sur. Antoine Griezmann fue y es otra cosa. Pertenece a otra categoría. El francés, que mereció, por títulos y cifras, haber ganado un Balón de Oro para el que faltó publicidad y otro color en la camiseta, es el mejor jugador que ha tenido el Atlético de Madrid en los últimos veinte años de su historia. Palabras mayores.

Griezmann, que de no haberse ido estaría considerado como uno de los tres mejores futbolistas de toda la historia rojiblanca, es un jugador legendario. Tiene números de delantero centro de nivel sin serlo, tiene registros de defensa central eficaz sin serlo, tiene métricas de volante de nivel sin serlo y tiene estadísticas de mediocentro de elite sin serlo. Es un futbolista total. El más completo que haya vestido la camiseta rojiblanca. No come en la mesa de Messi, ni en la de CR7. Antoine come en la suya. En la que le convierte en uno de los mejores jugadores que ha dado el fútbol mundial en la última década, en la que debería haber tenido una consideración mediática mucho más grande de la que se le ha concedido.

Horneado en Zubieta, reprogramado por Simeone, fuera de lugar en el Camp Nou y reinventado en su regreso, Griezmann ha cambiado los pitos por aplausos, la desafección por cariño y el rencor por reconocimiento. Asumió que Erika Choperena tenía razón, dejó el lugar donde era uno más y volvió al sitio en el que es un tipo absolutamente feliz. Florentino Pérez suele presumir de que casi todos los jugadores de nivel han nacido "para jugar en el Real Madrid". Antoine ha nacido para ser jugador del Atético de Madrid, porque sabe que el rojiblanco es un color y no dos. Griezmann, que ha perdido velocidad y una pizca de gol, ha redescubierto uno de sus grandes superpoderes: el don de la ubicuidad. Está en todos lados. Genera, distribuye, lidera, asiste, marca, despeja, roba, acelera o frena, va al suelo, gana duelos, no para de correr, siempre lee bien lo que necesita el partido y siempre está dispuesto a sacrificarse por el equipo. Es la creación más perfecta del cholismo: una estrella mundial con alma de gregario común. El Atleti comienza y termina en Antoine. Es el principio y fin de todo. Del Atleti y de todo lo que diseña Simeone. 

El curso pasado, cuando su estadística goleadora fue ínfima, muchos fiscales aprovecharon para pasar factura, para insinuar que su regreso había sido un fraude y para cuestionar que jamás debió volver, porque esa segunda oportunidad era culpa de un Simeone que se negaba a darse cuenta de que a Griezmann se le había pasado el arroz. La realidad es que, tras unos meses de espera y después de tragar lo intragable - jugar menos de 45 minutos por contrato para poder seguir-, Griezmann ha vuelto a ser todo aquello que siempre ha sido. Una estrella mundial de incuestionable valor para cualquier equipo. Simeone, que es el Luis moderno del club, se arriesgó poniendo la mano en el fuego por Antoine. Y viendo jugar a Griezmann, el veredicto está claro. No solo no se ha quemado, sino que, una vez más, el Cholo tenía razón. Como casi siempre, por cierto, por mucho que moleste.

En una grada que últimamente no se pone de acuerdo, Griezmann es un factor unánime. El del pelo rosa, el que antes lo llevaba de color amarillo y cualquier día se lo teñirá de 'tutti frutti' si le da la gana, es medio Atleti actual, es el mejor jugador que ha vestido esa camiseta en los últimos veinte años y, de no haber cometido el error de haberse ido de la que siempre será su casa, estaría considerado como uno de los tres mejores de toda la historia del club. Antoine es una leyenda, un delantero de culto y el soldado universal que siempre soñó Simeone. Es feliz en el Atleti y hace felices a los atléticos.

Rubén Uría

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