GoalAño y medio después de que se bajaran las persianas por la asunción de una pandemia sobre la que se tardó en reaccionar, la Covid-19 sigue marcando el ritmo de numerosos detalles de un fútbol ora acostumbrado, ora molesto. Uno de los últimos capítulos en los que el negocio ha salido victorioso acaba de tener lugar en los juzgados. Allí LaLiga ha cantado las diez de últimas en su demanda contra la restrictiva decisión de acceso a los estadios del Gobierno vasco.
Mas a pesar de que su señoría aceptara duplicar el número máximo de aficionados que podrán asistir desde este mismo fin de semana al fútbol, las diferencias respecto a cómo se presentaba el deporte y sus alrededores hace 18 meses continúan siendo notables. Los aficionados sueñan con el regreso del prohibido bocadillo que siempre les quita el hambre y emboza sus nervios en los descansos entre tiempos. Las mascarillas siguen presentes aunque se trate de un espectáculo al aire libre, las normas exigen dejan asientos vacíos entre aficionados pese a que puedan ser padre e hijo o un matrimonio...
Sin embargo no es en la grada solamente donde han variado las reglas. Incluso tiene una mayor incidencia lo que tiene que ver con el verde, aunque sus protagonistas sean muchísimos menos en número respecto a los que desde los asiento ayudan a sostener el negocio del balompié.
La ampliación de las convocatorias hasta los 23 elementos permite que el cuerpo técnico tenga más donde escoger durante los encuentros y así adaptarse a lo que los partidos vayan pidiendo según transcurran. Una medida que mantiene a la plantilla más implicada que cuando eran 18 los futbolistas llamados y que rebaja la ansiedad de los que no forman parte de la guardia pretoriana del entrenador.
Pero seguramente sea la de los cinco cambios la que más incidencia esté prestando. Cuando se implantó, una corriente muy mayoritaria se apresuró en afirmar que favorecería a los equipos más grandes, dado que disponen de recambios con un diferencial mayor respecto a sus pares de conjuntos menos poderosos.
Es posible que si se analizaran al detalle y con lupa las consecuencias de haber añadido dos sustituciones más esté sumando más a los clubes con plantillas más competitivas, pero prueba de que no es algo ni siquiera relevante, es que no está siendo objeto de debate mediático. Sin embargo, donde sí se está revelando como una adenda fructífera es en aquellos equipos en los que el entrenador alinea casi a los mismos, siempre que estén disponibles.
Es el caso del Athletic de Marcelino, donde el de Careñes es uno de los técnicos que más gusta de apenas variar los onces iniciales. Si Marcelino tuviera la fortuna de completar una temporada sin contratiempos físicos o de sanciones, seguramente no incluiría más de trece o catorce, como mucho, futbolistas en su lista de titulares. Lo que sucede es que la realidad de un calendario tan exigente como poco razonable acaba por hacer asomar a otras piezas de inicio a lo largo del año. Ante una postura tan marcada como la del asturiano, la inclusión de los cinco cambios permite que el Athletic descanse a más titulares en cada fecha y dé entrada con mayor facilidad a una camada de talentosos cachorros que precisan de minutos en la élite para un desarrollo que los lleve a que tengan lugar algunos relevos más pronto que tarde.
La de las cinco sustituciones es una de las pocas herramientas a las que puede sacar brillo el conjunto de San Mamés siempre que desde el banquillo lo utilicen pensando en el partido de turno y con la mirada también puesta en el horizonte más cercano. En un universo futbolístico en el que la gran mayoría de las decisiones suelen ser un misil a la línea de flotación de la idiosincrasia rojiblanca, el Athletic de los cinco cambios debería ser más poderoso con el paso de las jornadas. Sacar un buen provecho de la medida debería ser uno de los caminos a privilegiar esta temporada incierta con el fin de acortar los plazos de una transición que va durando demasiado.
Lartaun de Azumendi