Isi Palazón Rayo VallecanoGetty Images

"El año que viene, Rayo-Liverpool"

¿Es el Manchester City? ¿Es el Real Madrid? ¿Es el PSG? No, es el Rayo Vallecano. Un equipo de barrio, el orgullo de su gente, que tiene menos recursos que casi todos y que, a base de fútbol, entrega y un extraordinario entrenador, está demostrando que el corazón iguala a cualquier prespuesto. Ver jugar al Rayo es una bendición. Intensidad, agresividad, colocación, velocidad y ambición tremenda desde el minuto 1 hasta que pite el árbitro. Vallecas siempre se ha sentido orgullosa de su equipo, pero ahora tiene más motivos que nunca para estarlo. Si este no es el mejor Rayo de la historia, está muy cerca de serlo. Que el Rayo, por motivos sociales y económicos, siempre ha despertado simpatía entre la gente, no es nuevo. Pero más allá de iconos y leyendas de todos los tiempos como Felines, Potele, Wilfred, Cota, Onésimo, Polster, Cembranos, Míchel o Diego Costa, este Rayo transmite algo más que simpatía y hazañas puntuales. Este equipo tiene regularidad, tiene descaro, tiene empaque y siendo un equipo chico, se comporta como la ambición de los más grandes. Son un barrio hecho equipo. En toda la extensión de esa palabra. En el vestuario, son una piña. En el verde, son una familia. En la grada, son pasión. En la clasificación, el Rayo es un trueno. Y su banda sonora es un clásico: "La vida pirata, la vida mejor".

El gran arquitecto de la franja es Andoni Iraola. Un señor entrenador que hace tiempo que no es una moda, que no es flor de un día y tampoco es fruto de la casualidad. Es un técnico de mucho nivel, alguien capaz de sacar petróleo de los recursos que dispone y alguien que ha sido capaz de vertebrar un equipo que destila energía y entusiasmo. Es obvio que el Rayo no es el caladero favorito de los clubes grandes, es notorio que los poderosos no suelen fijarse en técnicos modestos para darles las riendas de sus futuros proyectos y es cierto que Iraola no tiene la prensa extroardinaria de la que gozan otros colegas de profesión. Y sin embargo, aunque en esto del fútbol los entrenadores siempre son hijos de los resultados, la obra de Iraola en Vallecas habla por sí sola. Si el fútbol es un estado de ánimo, ser aficionado del Rayo y ver correr a los 'Iraola Boys' es rozar el Nirvana. Atacan, defienden, presionan, rascan, regatean, centran, combinan...y siempre quieren más. Esa es la mejor característica de este equipo. Nunca se conforma, nunca se achica, nunca se achanta, nunca se acula, nunca se rinde y nunca tiene suficiente. Y aunque este Rayo es terrenal y tiene límites, sus jugadores juegan como dioses que no los conocieran. Balliu, Fran García, Álvaro, Catena, Isi Palazón, Camello, Trejo, Óscar Valentín...Da gloria verles jugar.

Que el Rayo, con uno de los presupuestos más pequeños de Primera y después de 20 jornadas, sea quinto, esté en plaza europea y solo esté a 3 puntos de Champions, es un auténtico milagro deportivo. Uno que exige y merece tanto respeto, como elogios, atención y publicidad. Mucho más teniendo en cuenta que el mérito del entrenador y de todos los jugadores del equipo es inversamente proporcional a la gestión del club. La desafección por la gestión de Presa es un secreto a voces. El jaleo con los abonos, el caos en la sección femenina, un estadio que se cae a trozos, una ciudad deportiva que no es ni ciudad ni deportiva y un servicio de compra de entradas on-line deficiente deberían hacer reflexionar a los que mandan en el club. Y precisamente por eso, por esa gestión insostenible, el mérito del Rayo, del entrenador y los jugadores, es aún más grande. Mientras Presa muchas veces se empeña en hacer el Rayo más pequeño, el barrio, el entrenador y los jugadores están consiguiendo hacerlo cada vez más grande. La gente lo tiene claro: "El año que viene, Rayo-Liverpool". Parece una quimera y una utopía, pero todo es posible en Vallecas. Se ha decretado el estado de felicidad. Puro equipo, puro fútbol, puro barrio, puro Rayo.

Rubén Uría

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