La imagen se repite una y otra vez. Lionel Messi , cabizbajo, con la mirada perdida, con la mente en blanco. Es imposible saber con certeza qué es lo que está pensando cada vez que la cámara lo captura, pero podría ser algo entre las líneas de "no puede ser que esté pasando esto" . Argentina tuvo su anunciado final ante Brasil en Belo Horizonte . Lo que no estaba anunciado era que esta Copa América iba a tener el peor rendimiento de la carrera del mejor del mundo .
EL FIN DE UN CICLO QUE NUNCA DEBIÓ SER
Un gol de penal . Ninguna asistencia. Solo 13 remates . Apenas tres chances claras para marcar (una contra Colombia, una contra Paraguay y una contra Brasil). Todas erradas. Menos del 80% de efectividad en los pases (79,5%, muy bajo para ser armador). Únicamente dos ocasiones claras creadas . Cien pérdidas de pelota. Y nada más que cinco faltas ganadas en el último tercio del campo.
Las estadísticas no lo explican todo, pero sí esbozan un dibujo de lo que fue el torneo de Leo para quien quiera interpretar los números. Lejos del arco -contra Qatar, por ejemplo, no tocó ni una vez el balón adentro del área-, su rol pasó de terminador de jugadas a generador de juego. Mejoró cuando Lionel Scaloni lo rodeó con Sergio Agüero y Lautaro Martínez, pero nunca fue tan poco determinante en el resultado o en el juego . Ni en Barcelona ni en la Selección . Las responsabilidades, esta vez, parecen estar compartidas: un poco del DT, que no potenció esa función, y un poco del jugador, que no pudo desarrollar el fútbol que habitúa realizar en España.
"La verdad es que no está siendo mi mejor Copa América" , reconoció Messi después del triunfo sobre Venezuela en cuartos de final. Ante Brasil, jugó su mejor partido y dejó una imagen algo más positiva sin ser descollante. El tiro en el palo quedará para los highlights y no mucho más. La foto, entonces, se repite en el Mineirao: Leo, cabizbajo, con la mirada perdida, con la mente en blanco.
