En el fútbol moderno, ya no alcanza con meter goles para ganar. Así quedó demostrado en la serie entre Boca y Atlético Mineiro: con la injerencia directa del VAR, el Xeneize vio cómo le anularon dos goles, uno en la ida y el otro en la vuelta, y quedó eliminado de la Copa Libertadores. ¿Qué más tendría que haber hecho?
Es imposible analizar estos 180 minutos sin hablar de la herramienta que llegó para impartir justicia y terminó generando, como mínimo, aún mayor incertidumbre. Sobre la injusticia en La Bombonera es difícil argumentar en contra y hasta puede considerarse un error humano. Lo sucedido en el Mineirao, en cambio, es otra historia: la vacilación sobre qué fue lo que cobró exactamente y la manera de sacionar el offside (¿por qué la fue a revisar Ostojich?) montan un halo de duda sobre si realmente fue fuera de juego o no. Al redactor de este artículo le quedan muchas dudas: ¿no parece en la imagen que la línea azul marca el pie de González y la roja, la del defensor del Galo? Y la posición de la cámara desde atrás, ¿es la mejor perspectiva? ¿Y la pelota? ¿Esa foto está tomada en el momento de la ejecución?
El hecho es que tener que debatir sobre si una línea está bien o mal puesta afecta negativamente cualquier hecho deportivo. Es un retroceso. ¿Qué importa si el equipo de Miguel Ángel Russo redujo al supuesto "cuco" del certamen? ¿Quién querrá leer líneas o escuchar análisis sobre el buen o el mal planteo del entrenadoro del rendimiento de algún que otro jugador? Todo queda en un segundo plano cuando se dan estas situaciones con el VAR. Situaciones que, parece, se dan cada vez más a menudo.
Ni siquiera la suerte le sonrío a Boca, en un tipo de definición que habitualmente le es favorable. Arrancó arriba, un rival se resbaló en una ejecución, pero ni eso alcanzó: Carlos Izquierdoz, quizás uno de los mejores del partido, remató a cualquier lado y el Xeneize se volverá en octavos de final por primera vez en seis años. Pero su vecedor no fue Atlético Mineiro: fue el VAR.
