Nadie suponía ni había imaginado jamás que lo ocurrido aquel 26 de junio de 2011 pasaría alguna vez. Que River, el poderoso Millonario, el máximo ganador de torneos locales del fútbol argentino, quedaría condenado al dolor incomparable del descenso. Y ocurrió. Porque River aquel día no pudo contra Belgrano. Ni contra River.
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Repasar los hechos que desencadenaron el descenso, uno de los hechos más sobresalientes de la historia del deporte nacional, sería ya trillado. Que desperdició chances en el Clausura, que sufrió en Córdoba en una noche penosa, que no pudo ante el Pirata en el Monumental y empató 1-1, que los hinchas no soportaron la bronca, que esa tarde comenzó un camino lleno de espinas que se extendió por 363 días.
Y volvió después de un año recorriendo el país. Y se acomodó. Y para beneficio del club, se fue Daniel Passarella de la presidencia. Y también volvió Ramón Díaz, para consagrarse campeón. Y se fue, en una turbulencia que dio lugar a la llegada de Marcelo Gallardo con una revolución futbolística.Y ganó la Sudamericana. Y también la Copa Libertadores. Y en ambas competencias eliminó a Boca. Y siguió levantando títulos. Y le ganó otra vez al Xeneize, pero nada menos que dos finales en un año. Y al año siguiente lo volvió a eliminar en semifinales.
River está vivo.Y para estar de esta manera, una vez tuvo que morir. O lo mataron. Muchos ajenos, pero muchísimos propios. Dirigencias oscuras, técnicos mediocres, jugadores sin nivel. Lo que ni el más pesimista preveía, pasó. El gol de Farré cada tanto retumba en las paredes del Monumental, entre el dolor desgarrador en la memoria, ya cruzado por un horizonte próspero que presentan aquel 26-J como el inicio de una pesadilla que duró un año.
