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Ronaldo GFXGOAL

Hall of Fame – Ronaldo 'el Fenómeno', la estrella que cambió el fútbol

Llenar nuestro Salón de la Fama con los futbolistas más icónicos de todos los tiempos supone una elección compleja: se trata de decidir entre las estrellas que han iluminado el universo del fútbol a lo largo de sus aproximadamente 150 años de historia. Y así, sin restarle méritos a otras leyendas del pasado, hemos optado por comenzar con el ícono que marcó el final del milenio y dio paso a una nueva era: Ronaldo.

La carrera de Ronaldo tiene un rasgo distintivo que la hace única: cualquier amante del fútbol —incluso los menos fervorosos— puede evocar al instante las postales más emblemáticas de su recorrido como profesional.

El gol increíble en la final de Montecarlo contra la Lazio, el eslalon entre defensas del Compostela, la Copa del Mundo levantada con un peinado inolvidable... pero también el crujido de su rodilla en el Olímpico de Roma y la tristemente célebre imagen en la escalerilla del avión que devolvió a la Seleçao tras Francia '98. Cinco escenas, las primeras que acuden a la memoria, de una trayectoria repleta de momentos épicos, inolvidables y, sobre todo, icónicos.

Porque Ronaldo, quizás incluso antes de ser el coloso del balón que fue, ya era un ícono. Un símbolo de un fútbol que cambió de rostro en cuestión de segundos, que se transformó tanto en el aspecto técnico y atlético como en el plano económico. Una metamorfosis que, en parte, estuvo guiada por aquel chico criado en Bento Ribeiro, entre calles de polvo y sueños.

  • Ronaldo PSV EindhovenGetty Images

    ¿Y SI...

    Escribir sobre el Fenómeno brasileño sin caer en la trampa de la retórica es una tarea compleja. Sobre Ronaldo se ha dicho y escrito tanto, que resulta difícil encontrar una nueva perspectiva. Pero quizá una de las reflexiones menos populares sobre él sea esta: ¿la imagen de Ronaldo que ha quedado en el imaginario colectivo sería la misma si no hubiera sufrido los problemas físicos que inevitablemente marcaron su carrera?
    Algunos sostienen que fue precisamente esa aura de lo inacabado, del eterno “¿qué habría sido si…?”, lo que lo convirtió en un ícono inmortal. Una opinión impopular, sí, pero una idea que, al menos en parte, ha contribuido a engrandecer aún más el mito de un futbolista que, pese a todo, dejó una huella imborrable en la historia de este deporte.

    Cuando sorpresivamente —a pesar del interés del Milan y el Barcelona— decidió fichar por el PSV Eindhoven, tanto él como su entorno demostraron una visión de futuro notable. Las dos temporadas que pasó en la Eredivisie le permitieron adaptarse con calma al fútbol europeo, evitando el impacto inmediato de ligas tan exigentes como la Serie A o LaLiga de finales de los años 90, así como la presión de aficiones acostumbradas a ganar de inmediato.
    Como él mismo ha contado en diversas ocasiones, la adaptación en Países Bajos no fue sencilla. Sin embargo, el hecho de poder marcar diferencias desde el primer momento frente a rivales de menor nivel le ayudó a soportar cualquier indicio de saudade.

    Aunque la segunda campaña en Holanda estuvo condicionada por una lesión de rodilla que lo dejó fuera durante buena parte del torneo, su paso por el PSV fue suficiente para abrirle las puertas del gran salto. Y entonces sí: Ronaldo estaba listo para el Barcelona, quizá incluso más de lo que muchos esperaban.

    La temporada vivida en tierras catalanas fue simplemente inolvidable: 34 goles en 37 partidos de Liga, 47 en 49 encuentros oficiales, jugadas de fantasía, aceleraciones imposibles, definiciones tras regates al portero que parecían sacadas de otro planeta.
    Gol tras gol, récord tras récord, con un Balón de Oro asegurado desde mayo y recogido meses después en Francia, cuando ya era jugador del Inter.
    Un año único, irrepetible, que bastó para colocarlo en la cúspide del fútbol mundial.

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  • Ronaldo Inter 97' 98'Getty Images

    LOS AÑOS EN EL INTER CRUZ Y DELICIA

    Pero fue precisamente durante los años con la camiseta del Inter —esa que vestía en el punto más alto de su esplendor técnico— cuando Ronaldo vivió sus momentos más dramáticos. Todo comenzó con el célebre malestar que sufrió pocas horas antes de la final del Mundial de Francia 1998, y continuó con la terrible doble lesión de rodilla que, entre 1999 y 2000, frenó de forma brutal su ascenso. A eso se sumaron las lágrimas derramadas en el banquillo del Estadio Olímpico de Roma, cuando el Scudetto se le escapó al Inter en la última curva de la temporada.

    Pero así como ningún defensor logró contenerlo del todo, ni siquiera la mala suerte pudo derrotar completamente al Fenómeno. Ronaldo se levantó. Se recuperó. Y regresó para conquistar el mundo como líder absoluto de Brasil en el Mundial de 2002, ganando también su segundo Balón de Oro, ese que parecía ya suyo antes de aquel día maldito en París, cuando Zidane grabó a fuego su nombre en la historia del fútbol ante un Ronaldo irreconocible, como titularon los periódicos de todo el planeta.

    Solo más tarde saldría a la luz la verdad. Y entonces se entendió: el que pisó el césped del Stade de France aquella noche no fue Ronaldo, sino apenas la sombra del jugador que, de haberse disputado la final 24 horas antes, tal vez habría reescrito la historia.
    Porque Ronaldo —y no ahondaremos más para no caer en la retórica de la que ya hemos advertido— fue uno de esos muy pocos jugadores capaces de ganar partidos por sí solos, de unir potencia y estética, de ofrecer espectáculo sin jamás renunciar a lo esencial: el gol, la victoria, el resultado.

    Un futbolista de concreción devastadora, pero a la vez hermoso, bellísimo de ver, que viajaba a una velocidad que para la época rozaba lo mitológico.
    Y aún cuando esa velocidad mítica empezó a disminuir al final de su carrera, Ronaldo siguió dejando huella —y qué huella—, regresando a su país para marcar goles inolvidables y llevar al Corinthians a un histórico doblete que quedó grabado para siempre en los libros del fútbol brasileño.

  • Ronaldo Brazil Germany 2002 World Cup finalGetty

    SÍMBOLO DE REDENCIÓN Y RESILIENCIA

    Capacidad de recuperación. Determinación. El coraje de levantarse. Y la audacia de no rendirse ante la adversidad.
    Ronaldo encarna, como pocos en la historia del deporte, estas cuatro virtudes esenciales —nada menores— que distinguen a los grandes atletas.

    Su carrera es, en esencia, una historia de redención. Una narrativa que parte del más clásico de los arquetipos: el chico que crece entre carencias y dificultades, con apenas lo justo para soñar, y que alcanza la cima. Una historia que lo llevó, años más tarde, a brillar nuevamente en París, cuando en 2002 —solo cinco años después de haber ganado su primer Balón de Oro— volvió a presentarse ante el mundo, transformado, con un relato distinto que contar, pero con el mismo trofeo dorado en las manos, el más codiciado por cualquier futbolista.

    Levantarse tras una doble lesión de rodilla habría sido suficiente para enterrar la carrera de casi cualquiera. Pero Ronaldo tuvo el mérito de no rendirse. De creer. De resistir la tentación del retiro cuando todo parecía consumado.
    Y entonces, como un depredador que huele la oportunidad, aprovechó una circunstancia excepcional: cuando la FIFA decidió ampliar de 22 a 23 el número de convocados para el Mundial de 2002 —según se dice, para que Brasil y Italia pudieran llevar a Ronaldo y Roberto Baggio sin desarmar sus grupos—, el seleccionador Luiz Felipe Scolari, a diferencia del italiano Trapattoni, apostó por su estrella.

    Y Ronaldo respondió como solo los elegidos saben hacerlo: con una sonrisa, un peinado inolvidable y una actuación tan descomunal que solo Maradona en 1986 podría compararse. Fue campeón del mundo, sí, pero también protagonista absoluto, ídolo planetario y símbolo eterno de la resiliencia futbolística.

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  • Ronaldo 1998Getty Images

    ICONO TAMBIÉN FUERA DEL CAMPO

    Hemos definido a Ronaldo como un ícono. Y comenzamos este recorrido evocando los momentos más memorables de su carrera. Porque Ronaldo, como quizás ningún otro futbolista antes que él, no solo fue un prodigio sobre el campo: fue también un símbolo. Un rostro universal. Un fenómeno cultural.

    Sus campañas publicitarias lo elevaron más allá del deporte, vinculándolo de forma indeleble con marcas como Nike y Pirelli, llevándolo al corazón de millones que, incluso sin seguir el fútbol, sabían quién era. Su imagen —el sprint furioso, el festejo con los brazos abiertos, la mirada de acero— fue sinónimo de poder, carisma y modernidad.

    Fue también rebelde a su manera. Memorables fueron los años en los que se negó a ceder su imagen al videojuego oficial de la FIFA, reservando sus derechos para "Ronaldo V-Football", un gesto que convirtió al FIFA '99 en una rareza histórica: el mejor jugador del mundo no estaba ahí.
    Ni como "Ronaldo", ni como "Nazario", ni como "Luis", ni como "De Lima".
    Solo un misterioso "A. Fútbol". Y más adelante, el enigmático "Number Nine", una forma elegante y casi poética de mantener su esencia viva en el código del juego sin nombrarlo directamente.

    Ese "Ronaldo Number Nine" se volvió leyenda incluso en la pantalla. Una forma de distinguirlo, con el paso de los años, del otro gran Ronaldo que vendría después.
    Pero para quienes lo vieron bailar con el balón en los pies, para quienes fueron testigos de su arte salvaje y su velocidad mitológica, no hay confusión posible.

    Solo hay un nombre. Y ese nombre es El Fenómeno. Porque eso fue. A pesar de todo. Contra todo. Un fenómeno.

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