Cuando Johan Cruyff estaba en el campo, todos lo notaban. Sus compañeros se sentían impulsados a dar siempre el 100%, fortalecidos por su presencia, mientras que los rivales temían sus jugadas impredecibles, sus constantes cambios de posición, sus arranques repentinos y la magia de un talento único. Hendrik Johannes Cruyff, conocido simplemente como Johan Cruyff, fue para Sandro Ciotti “El Profeta del Gol” y para Gianni Brera “El Pelé blanco”.
Ambidiestro y dueño de una clase exquisita, poseía un carisma singular que inspiraba a quienes jugaban a su lado e influía en el rumbo de cada partido. Leía el juego con antelación, combinando instinto y racionalidad, elegancia y fuerza, disciplina y rebeldía. Esta mezcla explosiva lo convirtió en el intérprete perfecto del Totaal Voetbol —el “fútbol total”—, la filosofía que revolucionó el balompié entre finales de los sesenta y los setenta y que lo consagró como uno de los más grandes de todos los tiempos.
Cruyff fue, sin duda, el futbolista que más transformó el juego: antes de él el fútbol era uno, después de él fue otro. Aunque su rol natural era el de mediapunta ofensivo, se movía con libertad por todo el frente de ataque y el mediocampo, convirtiéndose según la ocasión en delantero centro, extremo o generador de juego. En el fútbol total los roles fijos desaparecen: cada jugador puede intercambiar posiciones, manteniendo intacto el equilibrio táctico del equipo.
Ligado al mítico número 14, Cruyff escribió páginas inolvidables con el Ajax, el Barcelona y el Feyenoord, además de pasar por Los Angeles Aztecs, Washington Diplomats y Levante. Ganó 21 trofeos, incluidos 9 campeonatos holandeses, 6 Copas de Holanda, una Liga y una Copa en España, 3 Copas de Europa y una Copa Intercontinental. En el plano individual conquistó 3 Balones de Oro (1971, 1973 y 1974).
Con la Selección de los Países Bajos no pudo alzar títulos, aunque fue subcampeón del Mundial de 1974 en Alemania Occidental y alcanzó el tercer lugar en la Eurocopa de 1976 en Yugoslavia.
Fuera de la cancha, Cruyff fue siempre un inconformista: de pelo largo, apasionado por las mujeres hermosas —se casó en 1968 con la modelo Danny Coster, adelantándose al perfil mediático del futbolista moderno—, fumador empedernido y de carácter firme e intransigente.
Además, tenía un agudo instinto para los negocios. Fue el primer futbolista en cuidar su propia imagen dentro y fuera del campo, confiando su gestión a su suegro Cor, próspero comerciante de diamantes. Esa visión, sumada a su personalidad y talento, lo convirtió en un campeón irrepetible.
