OPINIÓN
No quieran tomar decisiones en caliente de las que luego puedan arrepentirse. Algo así le pasa por la cabeza estos días a Josep Maria Bartomeu. El presidente del Barcelona ha oscilado estos días desde la más severa destitución de Ernesto Valverde, acusado de ser el máximo responsable de lo ocurrido en Roma, Anfield y el Villamarín, hasta la defensa a ultranza de su entrenador, capaz de mandar en la Liga de forma incontestable durante dos años. Tres partidos han condenado al equipo, especialmente por la forma como se desarrollaron, pero conviene plantearse si fulminar a Valverde no acabe siendo un arma de doble filo.
Porque pocos entrenadores entenderán que se liquide al técnico que ha devuelto la Liga a las vitrinas del museo del Barcelona sin conceder apenas derrotas y es hasta natural que los futuribles puedan plantearse dudas a la hora de asumir el banquillo del Camp Nou tras constatar que que estos tres partidos en dos años acaben pesando más que la buena trayectoria del bloque en el campeonato de la regularidad. En esta tensión con cierto poso entre lo terrenal y lo divino -la suerte que hace falta para ganar la Champions League se puede buscar pero no generar- el entrenador es, habitualmente, quien suele tocar de pies en el suelo.
Buena prueba de ello es Robert Martínez, quien además ejerce como un admirador declarado del trabajo de Valverde. Tanto es así que la pasada temporada, en calidad de seleccionador de Bélgica, votó al 'txingurri' en segunda posición en su voto triple por el Balón de Oro de los banquillos, solo por detrás de un Pep Guardiola campeón de la Premier League y por delante de un Zinedine Zidane que venía de ganar la Champions League. Ya entonces para Robert pesó más el campeonato que la corona continental y por ese mismo motivo cabe plantearse si tomar la decisión en caliente es realmente lo más valiente.