Hall of Fame vol.VII - David Beckham HDGOAL

Hall of Fame - David Beckham, mucho más que un ícono pop: por qué debe considerarse el más subestimado entre los campeones de su época

Un campeón generacional, un fuera de serie que marcó una era dentro y fuera de la cancha. David Beckham dejó una huella indeleble en la cultura popular y se convirtió en el manifiesto viviente de la transformación del futbolista en una marca. Beckham —o mejor dicho, Sir David Beckham, tras su nominación a Caballero— representa para el fútbol lo que Michael Jordan significó para el baloncesto: el primer gran ícono verdaderamente global, el hombre que amplió los límites del deporte y abrió un camino que más tarde recorrerían figuras como Cristiano Ronaldo, Messi o Neymar, por mencionar solo a los más influyentes.

Porque Becks no solo revolucionó el marketing deportivo; también encarnó la evolución del futbolista moderno: de atleta a estrella pop, una celebridad con fama planetaria.

  • David BeckhamGetty

    Soñando con Beckham

    Desde finales de los años noventa y durante toda la primera década de los 2000, David Beckham fue el póster definitivo, el sueño de toda una generación de adolescentes tanto en lo futbolístico como en lo estilístico. La imitación masiva de sus looks —desde las mechas rubias propias de una boyband hasta el rapado que estrenó al inicio del nuevo milenio; desde el mohicano que enfureció a Alex Ferguson hasta las cornrows (trenzas de origen africano), sin olvidar el man bun de su etapa en el Real Madrid— marcó una época. A esto se sumó la popularización de las Adidas Predator y la fiebre por conseguir su icónica camiseta con el número 7, ya fuera para usarla en la cancha o en la calle, en una era en la que, quizá por primera vez, el fútbol invadía de manera consciente el territorio de la moda.

    Todos querían ser Beckham, querían parecerse a él; pero, sobre todo, todos soñaban con patear como él. Su estilo de golpeo, inconfundible y elegante, se convirtió en un sello reconocible al instante, casi un logotipo propio. Incluso inspiró el título de una película que presentó al gran público a Keira Knightley: “Bend It Like Beckham”.

    Pero nadie ha conseguido acercarse, ni de lejos, a la perfección absoluta de ese gesto técnico con el que Beckham trazaba trayectorias milimétricas, ejecutadas con una clase, una elegancia y una naturalidad que rozaban el arte. Como Leonardo da Vinci con el Hombre de Vitruvio, Becks parecía capaz de dibujar líneas con una precisión casi científica, con un control y un dominio propios de un número uno indiscutible.

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  • Mucho más que un ícono pop

    Bajo su brillo mediático había, sin duda, uno de los centrocampistas más talentosos de todos los tiempos, probablemente el más subestimado entre los campeones de su generación. Víctima —sin buscarlo— de la imagen construida por los medios, de la etiqueta Spice Boy por su relación con Victoria Adams y de la atención global que rodeaba cada aspecto de su vida fuera de la cancha, durante años se habló de Beckham más en los tabloides que en la prensa deportiva. Esa percepción común, en los debates sobre la élite del fútbol mundial, se vio inevitablemente distorsionada: se lo juzgó antes como personaje que como futbolista, como si ser demasiado guapo, demasiado perfecto o demasiado estiloso le restara credibilidad, como si su condición de ícono pop debiera eclipsar su verdadero talento.

    Becks, sin embargo, era un jugador especial, único en su tipo. No era un “7” clásico ni un futbolista espectacular en el sentido tradicional, tampoco un regateador llamativo. Pero con su pie derecho podía dejar descolocados a todos con pases teledirigidos. Era más un director de banda —aunque con los años también supo reinventarse como mediocentro—, un centrocampista de técnica refinada, visión celestial y una habilidad extraordinaria para el golpeo del balón. No por nada es considerado universalmente el mejor centrador de la historia y uno de los mejores, si no el mejor, especialistas a balón parado.

    Su tiro libre contra Grecia, aquel que en octubre de 2001 clasificó a Inglaterra al Mundial de Japón y Corea, sigue siendo su Mona Lisa: una obra maestra destinada a perdurar para siempre. Lo mismo que su icónico gol desde el mediocampo ante el Wimbledon en 1996, el que simbólicamente inauguró su legendaria epopeya con la camiseta del Manchester United.

  • La apariencia engaña: un líder y ejemplo de profesionalidad

    La grandeza de Beckham en el campo no se explica solo por la precisión de su pie derecho. Tercer futbolista con más apariciones en la historia de la selección inglesa, fue además capitán de los Tres Leones durante seis años, portando el brazalete en 58 partidos. Pasó de ser el enemigo público número uno —tras su expulsión ante Argentina en el Mundial de 1998— a convertirse en un símbolo de redención y liderazgo.

    En la cancha era un líder carismático y valiente, siempre dispuesto al sacrificio, a correr en apoyo de un compañero, a lanzarse al tackle. Y, pese a los prejuicios, fue un modelo de profesionalismo, algo que incluso un “sargento de hierro” como Fabio Capello destacó más de una vez. El técnico italiano llegó a desobedecer las indicaciones de Florentino Pérez con tal de reincorporar a Beckham al grupo durante su último semestre en Madrid, etapa que culminó con un histórico título de Liga antes de su célebre traslado a Los Angeles Galaxy.

    Dondequiera que jugó, dejó huella. Desde los títulos con el United hasta los que ganó con el Real Madrid, de sus éxitos en la MLS a su breve pero valiosa experiencia en el PSG —sin olvidar sus dos etapas en el Milan—, el genio londinense supo integrarse en cada entorno con una humildad que desmentía por completo la imagen que durante años construyeron los tabloides sobre él.

  • Un Balón de Oro perdido

    En 1999, el año del Triplete conquistado como protagonista con el Manchester United de Sir Alex Ferguson, Beckham quizá también merecía el Balón de Oro. El premio terminó en manos de un Rivaldo deslumbrante en la Liga, pero cuyo Barcelona había sido eliminado en la fase de grupos de aquella edición de la Champions League. Todo ello en una temporada en la que David reconstruyó los pedazos de su imagen tras un Mundial en el que fue señalado como villano y hostigado públicamente por los aficionados ingleses, que lo recibían en cada estadio de la Premier con una banda sonora de silbidos, insultos y abusos verbales.

    Aquel ensañamiento, sin embargo, Beckham lo soportó sin mostrar un gesto de debilidad, respondiendo únicamente con lo que mejor sabía hacer: jugar al fútbol. “Cuanto más lo atacaban, mejor jugaba”, recordaría después su excompañero Ole Gunnar Solskjaer. Ese año firmó 6 goles y 12 asistencias en la Premier, además de 2 goles y 8 asistencias en la Champions League, y un tanto crucial en la FA Cup contra el Arsenal. Su contribución fue decisiva en el camino de los Red Devils hacia la inmortalidad.

    El Balón de Oro de 1999, en el que Beckham terminó en segundo lugar, quizá le habría permitido entrar en otra dimensión dentro del imaginario colectivo: la de los indiscutibles número uno.

    Hoy, a 12 años de su retiro, reevaluar la unicidad, el valor y la relevancia estrictamente futbolística de David Beckham no es un ejercicio de nostalgia, sino un acto de justicia hacia uno de los iconos más grandes que ha dado este deporte.