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Iker MuniainGetty images

Ser capitán del Athletic

Firma Lartaun de AzumendiGoal

Una de las peores herencias que arrastra el fútbol en muchos clubes es aquella que valida automáticamente como capitanes de un equipo a los futbolistas más veteranos de la plantilla. La representación de un colectivo de profesionales y –más aún– de la entidad, no debería poder depender del tiempo que lleve uno con taquilla propia en un vestuario. No por anacrónico, sino por hallarse en las antípodas de la meritocracia, con el riesgo añadido que conlleva.

Así, sucede que para los del Athletic ser sucesor de Lafuente, Oceja, Bertol, Gainza, Canito, Iribar, Dani, Guerrero o Gurpegui no es un asunto baladí. Que si bien no te van a exigir brillar con un especial fulgor para que lleves ese mismo brazalete, sí van a sentirse incómodos si te viene grande el complemento de jefe de la manada. Por eso no se comprenden los términos en los que se movió ayer Muniain en rueda de prensa.

El problema de pretender hacer un drama público sobre determinadas reacciones acerca de fumar o no un puro en vacaciones tiene su cara B, como veremos enseguida. Lo perjudicial que puede resultar un habano como anécdota es ciertamente escaso, darse al placer más a menudo –que no sé si es el caso– ya sería más preocupante, desde luego. Aunque todos hemos conocido futbolistas profesionales en activo capaces de fumarse cartones de tabaco rubio a lo largo de una temporada, como en el caso de algún dirigente deportivo en activo cuando aún pisaba el césped.

Respecto al color morado del Lamborghini Aventador, las trenzas a lo Bo Derek en Bolero o a las camisas estrambóticas de Muniain, cada uno puede albergar su opinión, como las tendrá el propio Iker sobre los toros, el régimen cubano o el anteproyecto de la Ley trans. En todo caso, cómo vista, se peine o qué conduzca el capitán del Athletic no deberían ser cuestiones que vigorizaran o debilitaran su condición de heredero de Susaeta en la capitanía.

Sin embargo, cuando uno abre públicamente el melón del llanto para afirmar que «no acepto que nadie me dé lecciones de lo que es defender a este club, representar a este club, llevar el brazalete y dejarse la vida» ha de saber que hay ocasiones en las que es mejor no decir según qué cosas, porque la memoria (y la hemeroteca en su defecto) es capaz de poner negro sobre blanco razones que desmientan una aseveración tan rotunda como temeraria.

Existe al menos una razón con el peso suficiente como para que Iker Muniain Goñi no sea capitán del Athletic desde hace cerca de un año. En el momento sanitariamente más delicado y peligroso del último siglo, cuando no existía vacuna alguna, él participó de una vergonzante fotografía pública en la que un grupo de futbolistas de la primera plantilla aparecían, mezclados con sus parejas, besándose entre ellos en imprudente cachondeo. Era un retrato ibicenco que cualquier otro verano habría resultado hasta simpático, si se quiere, pero que encontrándose como estaban fuera ya de todo confinamiento o burbuja, no tuvo un pase. “No hay verano sin beso”, rezaba el pie de aquella foto. De aquel grupo, varios volvieron a Bilbao habiendo contraído el Covid.

El capitán del Athletic se ¿disculpó? con la boca pequeña y no dando importancia a la patochada grupal sino al hecho de subir las imágenes a las redes sociales: «No fue acertado publicar esas fotos, pero no hay que darle más vueltas». Y además de querer que todo el mundo pasara página como si nada hubiera sucedido, se puso la bata, agarró el fonendoscopio y quiso ejercer de médico. Así, el doctor Muniain nos dio una lección de cómo él puede distinguir con nitidez si alguien se contagia en un lugar concreto o no: «Los positivos no salieron de esa reunión, porque ya se ve cómo están los contagios, nadie está exento de contagiarse en cualquier lugar o con cualquier tipo de contacto».

No sé qué habría sucedido en unas vacaciones de Lafuente, Oceja, Bertol, Gainza, Canito, Iribar, Dani, Guerrero o Gurpegui de haber mediado una pandemia como la que nos ha tocado sufrir, pero no los imagino ni cometiendo una imprudencia de semejante calibre, ni mostrándola en público, ni tratando de ejercer de galenos a la hora de pedir unas disculpas que nunca llegaron en el caso de Muniain.

El riesgo de ponerse estupendo acerca del brazalete de capitán y uno mismo en una rueda de prensa, surge cuando los hechos te preceden, aunque tú no los recuerdes. De ahí que ese brazalete no tendría que llevarlo el más veterano sino el más sensato, que podría ser perfectamente también navarro, por cierto.

Sobre lo de empeñarse en disputar (como capitán) lesionado una final de Copa, mejor hablamos otro día que por hoy ya habido suficiente.

Lartaun de Azumendi

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