El Atleti es una manera de vivir. Una pasión inexplicable. Y precisamente por eso, para que ese sentimiento siga en pie y para que todo lo construído durante años no se derrumbe en un instante, los atléticos necesitan interiorizar una reflexión. Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Sin histerias, sin rencores y sin culpar a los demás. Uno lleva días acudiendo al estadio y el clima del Metropolitano es venenoso. Gritos de unos contra otros, ambiente enrarecido y crispación máxima. Uno, que no es nadie, absolutamente nadie en el Atlético de Madrid, cree que esto tiene que parar de una vez. Ayudaría que, tarde o temprano, el club escuche a su gente y permita la celebración de un referéndum para que su gente escoja qué símbolos quieren y cuáles no. Hoy, mejor que mañana. Y si eso no fuera viable ahora, por cuestiones lógicas que deben ser analizadas, como el impacto económico y la viabilidad, ayudaría que se determinase una fecha concreta. Hablemos de potenciar las cuatro patas que sostienen a este club y trazemos una hoja de ruta viable. De consenso.
A la afición hay que escucharla. Si el público siempre es soberano, aunque esto ya sea un negocio, hay que comprender que los sentimientos jamás se podrán comprar con acciones. Esa afición, que no merece un trato de cliente y sí la voz y voto que en su día se les negó con la apropiación indebida, tiene derecho a elegir qué escudo y camiseta les representan. Esa afición, que no es perfecta, que incluye a diferentes grupos sociales con distintas edades, condiciones sociales y sensibilidades, hay que tratarla con cariño. Esa afición es fiel, nunca falla, viaja por cada campo de Dios, no tiene cláusula de rescisión y merece toda la atención posible. Esa afición, que no gana dinero con el Atleti, sino que el Atleti le cuesta su dinero, puede, debe y necesita ser escuchada.
Al entrenador, desde el reconocimiento, el afecto y el respeto, se le debe reivindicar como lo que es, como una leyenda viva del club, una parte del escudo y como padre de una familia que, se equivoque o no, merece gratitud eterna porque ha demostrado, con hechos y no con palabras, que es capaz de hacer posible lo que otros le dicen que es imposible. Se puede discrepar de Simeone, pero insultar al que te lo dio todo y te lo sigue queriendo dar, además de un acto estúpido, es tener la memoria llena de olvido. Y no hay nada peor para un atlético que ser desagradecido con quien ha hecho feliz, durante años, a la gente.
A los jugadores, pedirles que se acerquen más al aficionado y al peñista, explicarles qué es el Atlético de Madrid y sobre todo, reiterarles que no existe mayor motivación que defender esa camiseta, porque sus aficionados matarían por haber tenido la oportunidad, sólo una oportunidad, de haber tenido el honor de ponérsela, aunque fuera en los entrenamientos. A los jugadores hay que pedirles que luchen, corran, peleen y lo dejen todo en el campo, se gane o se pierda. Y a los jugadores hay que explicarles que tienen el derecho de llevar esa camiseta, pero también el deber de estar con sus aficionados y pasar rato con ellos, porque jugar en el Atleti es puntual, pero ser embajador de la ‘marca Atleti’ es para toda la vida.
Al club, que es más que su consejero delegado y presidente, sea uno gilista o antigilista, y que no todo lo hace mal, hay que animarle a dar los pasos para crecer, respetar y sostener las raíces de un sentimiento fundado en 1903. Al club hay que exigirle, desde la comisión social, desde las peñas, desde las redes y desde todos los foros necesarios, que el Atleti represente a su gente. Al club hay que pedirle que, cuando llegue el momento de que las acciones cambien de manos, haya sido capaz de vertebrar una paz social necesaria, para garantizar el futuro. Al club, que trabaja sabiendo que el viento nunca sopla a favor, y que hace bien en quejarse cuando le perjudican para defender a su afición, hay que insistirle en que escuche más a su gente, porque sin gente del Atleti, no hay Atleti.
Uno, que no es absolutamente nadie en el Atleti, cree que es el momento de ceder un poco. Todos. No es incompatible defender nuestras ideas con entender que el Atleti no se puede convertir en un concurso de egos y un fuego cruzado de reproches. Ayudaría que las cuatro patas que sostienen el Atleti volvieran a unirse para estar fuertes, haciendo un ejercicio de autocrítica. Es hora de que los atléticos, desde el primer hincha del fondo sur hasta el último directivo del club, desde el primer jugador hasta el último empleado, desde el primer abonado hasta el último alevín, nos hagamos la pregunta que se solía hacer Sergio Zarza, mi compañero de facultad. "Hay que preguntarse qué podemos hacer por el Atleti y no qué puede hacer el Atleti por nosotros".
Rubén Uría