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Italia 1934

Luigi Allemandi y el escándalo que unificó el campeonato italiano

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Hay quien conoce Italia exclusivamente por la mafia y sus múltiples mutaciones locales, especialmente en el sur de la bota. Por supuesto que hay mafia en Italia. Pero no se puede caer en el error de no ver más allá, especialmente cuando se habla de un país tan rico en el aspecto cultural.

En el fútbol sucede algo parecido por lo que sería equivocado tomar a la ligera un deporte que ha levantado cuatro Copas del Mundo. Y, sin embargo, la corrupción en el calcio es más antigua incluso que la Serie A. La primera bomba estalló muchas décadas antes que lo hicieran el Totonero o el Calciopoli al que evoca esta sección, entre otras explosiones com menos metralla, y la protagonizó el otrora lateral izquierdo de la Juventus de Turín Luigi Allemandi. Fue en el año 1927 en una Italia aparentemente muy diferente a la actual pero con muchos rasgos parecidos.

La Italia de entreguerras buscaba prosperidad a través del fascismo de Benito Mussolini y el fútbol estaba cerca de convertirse en el fenómeno de masas que es hoy en día. Hasta entonces, el campeonato se dividía en dos ligas que dibujaban dos realidades sociales y económicas todavía evidentes, el norte y el sur. Posteriormente, los primeros clasificados de cada grupo daban paso a otra liga de la que salía el campeón definitivo.

Era una época en la que, mientras las camisas negras invadían Albania y Etiopía, Milan, Inter y Juventus empezaban a forjar su leyenda. Luigi Allemandi era uno de los mejores futbolistas de su generación. La Juventus le fichó para que ayudara al conjunto bianconero a convertirse en el más poderoso de Italia, un honor que hasta entonces se repartían los dos equipos de Milán junto con Torino y Bologna. Esta era la idea con la que el fabricante de automóviles Edoardo Agnelli había comprado al equipo, salvándole de una probable desaparición, después de hacer fortuna gracias a los rublos soviéticos, pues fue la fábrica de la FIAT la que dotó a la URSS de su primer parque automovilístico poco después de la Revolución. Agnelli, como hoy hacen sus nietos, ponía el dinero. Los títulos eran responsabilidad de los futbolistas, que aquel 1927 no aspiraban a nada.

La Juve se había clasificado para el campeonato que decidía el título, pero a falta de tres jornadas para terminar, estaba demasiado descolgada de la primera posición que se discutían el Torino de Julio Libonatti, Adolfo Baloncieri y Gino Rossetti y el Bologna de Angelo Schiavio. No tenía opciones levantar el Scudetto aunque almenos podría decidir quien se lo quedaba porque visitaba al Torino del Trío de las Maravillas.

Pero horas antes al partido, una delegación del Toro se presentó en la pensión donde descansaba Allemandi, uno de los titularísimos de la Juventus. Le ofrecieron 50.000 liras para que convenciera a sus compañeros y que se dejaran ganar. El futbolista aceptó el trato, almenos inicialmente, y cobró la mitad de la suma por adelantado. La otra mitad se la embolsaría cuando el Torino ya estuviera en posesión de los puntos.

El Torino se llevó el partido por 2 a 1 y, curiosamente, Allemandi fue el jugador más destacado de su equipo. Poco le importó al periodista Renato Farminelli la actuación del lateral. Al día siguiente, la capital piemontesa se levantó con la primera bomba de la historia del calcio. La portada del periódico Tifone presentaba un titular shakespeariano: “Huele a podrido en el reino de Dinamarca”, un título que evocaba las conspiraciones de Hamlet y en el que Farminelli, que casualmente ocupaba la habitación contigua a la de Allemandi, relataba con todo detalle el encuentro del día anterior entre los dirigentes del Toro y el jugador juventino.

La Federación rechazó cualquier tipo de sanción a la Juventus, porque entendió que el amaño lo había protagonizado un único futbolista y no el club. Allemandi fue declarado culpable, pero no llegó a cumplir sanción porque se benefició de la amnistía que recibió el calcio después de ganar, años más tarde, el Mundial de 1934 aunque jamás recibió la segunda mitad de la suma que había pactado. El Torino, obviamente, quedó desposeído del título, que quedó desierto para mayor enfado del Bologna, el segundo clasificado en la tabla. Según la ley, el campeonato tenía que pasar a manos del subcampeón, pero el presidente de la Federación, Leandro Arpinati, se negó a conceder el título en los despachos.

Nacieron entonces dos interpretaciones; una habla de la buena fe de Arpinati, que además de presidente de la Federación, también lo era del Bologna, un club muy próximo al régimen fascista, como demostraba la estatua ecuestre de Mussolini en el corazón de la tribuna del estadio Renato dall’Ara, construido pocos meses antes, que no quiso aprovecharse de su situación privilegiada. La otra sentencia niega cualquier escándalo, y asegura que todo el embrollo había sido una triquiñuela teledirigida para evitar que el Torino se llevara el título. La primera versión nace en Bolonia. La segunda en Turín.

No obstante, esta situación precipitó la unificación del campeonato, una idea que, desde hacía años, bailaba en la cabeza de Mussolini. “Si la nación es una, también tiene que serlo su fútbol”. Y al cabo de dos años, en 1929, nació la Serie A que conocemos hoy en día.

Allemandi nunca la jugó de bianconero. Después del escándalo fichó por el Inter de Milán, entonces denominado Ambrosiana, donde se apoderó de la banda izquierda durante ocho años. Pasó por la Roma y el Venezia antes de retirarse vistiendo la camiseta de la Lazio en 1939. Pocas semanas después de colgar las botas, Mussolini firmaba el Pacto de Acero mediante el cual Italia pasaba a ser aliada de Alemania en la Segunda Guerra Mundial que estaba por estallar. Europa se detuvo. El calcio, no.

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