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Mateu Lahoz Getafe Sevilla LaLigaGetty Images

Creer en los árbitros

Antes del estallido del ‘caso Negreira’, muchos aficionados sospechaban que el fútbol está podrido, porque cuando el dinero entra por la puerta, la limpieza salta por la ventana. Ahora, después del ruido con el 'affaire' Negreira, la cosa va a peor. A mucho peor. Mientras se aplica la condena social del aficionado y la justicia sostiene la presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario, es imposible negar que la sombra de la sospecha se está extendiendo como una gangrena. Y precisamente por eso, el fútbol español, tiene que amputar. Pase lo que pase con el tema de Negreira y el Barcelona, el fútbol patrio necesita nuevas normas y controles que regeneren la credibilidad del colectivo arbitral.

Durante años, aficionados y periodistas hemos repetido, como papagayos amaestrados, una frase hecha: “No se puedeponer en duda la honradez de los árbitros”. Craso error. Hay que creer en la honradez de los colegiados en la misma medida en la que se cree en la de los periodistas, políticos, taxistas o vendedores de electrodomésticos. Los hay honrados. Y los hay que no. Los árbitros son personas, no son incorruptibles. Y como los periodistas, no son objetivos, sino subjetivos. Por eso, al margen de pedirles honestidad, hay que proporcionales los mecanismos necesarios para sostener su independencia, mejorar su credibilidad y alejarles de cualquier conflicto de intereses o posible corrupción. Para seguir creyendo en la pureza de la competición, es necesario que el fútbol reflexione acerca de nuevas medidas.

Los árbitros ya son profesionales, ya ganan 300.000 euros al año por el desempeño de su profesión y cuentan con la red de protección de la tecnología. Ahora necesitan nuevos protocolos de actuación para erradicar y combatir cualquier sombra de sospecha. En primer lugar, es absolutamente necesario aclarar, informar y explicar quién, cómo, dónde y por qué designa a los árbitros y en base a qué criterio. De hecho, uno no vería mal que regresara el famoso sistema de designación por ordenador, que es parece bastante más justo y aleatorio que el criterio de tres personas, se llamen como se llamen. En segundo lugar, ayudaría muchísimo que se imponga un cuerpo independiente de VAR, ajeno al colectivo arbitral. Uno como el que existe en la NBA o la NFL, compuesto por ex colegiados o ex jugadores. Eso acabaría con el criterio variable de cada jornada e implantaría uno uniforme, más creíble. Y a la par, terminaría con el clientelismo instaurado entre los árbitros, que vienen a ser como una especie de dueño de una empresa que, a la vez, es el delegado sindical de la misma. Un despropósito.

Otro mecanismo que reforzaría la credibilidad arbitral sería que ese cuerpo de VAR independiente actuase haciendo públicos sus diálogos y decisiones durante los partidos. Así no habría interpretaciones sesgadas sobre las decisiones arbitrales. Así, aunque el VAR interrumpa los partidos en exceso, si estas decisiones fueran públicas, serían aceptadas y toleradas. La polémica no cesará y los errores seguirán sucediendo, pero el sistema será más creíble. El VAR no se puede entender sólo como un instrumento para minimizar errores, sino que debe contribuir activamente a ser un refuerzo de la pureza de la competición. Cuanto menos tenga que ver el VAR con el Comité Técnico de Árbitros, mejor. El sistema actual no garantiza formalmente la independencia. Es más, premia el colegueo, porque árbitro no come carne de árbitro.

También ayudaría revisar todas y cada una de las circulares sobre las manos y los penaltis. Ya nadie sabe ya qué es mano y qué no es mano. Ni los jugadores, ni los entrenadores, ni los aficionados…ni los árbitros. Está en juego la credibilidad de la competición. Pase lo que pase con el ‘caso Negreira’, el fútbol español tiene que reflexionar sobre el colectivo arbitral, tiene que imponer nuevas normas, tiene que impulsar un nuevo espíritu y conseguir que algunos dejen de pensar que el fútbol está podrido. Nos lo estamos cargando entre todos. Y nadie ve algo en lo que ya no cree.

Rubén Uría

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