Es un secreto a voces: la directiva y la plantilla del Barça son agua y aceite. No mezclan. En mitad de una crisis sanitaria sin precedentes, el Barça sigue en pleno proceso de autodestrucción. El nuevo caballo de batalla, el ERTE propuesto por el club, es el penúltimo episodio de la trama de una serie que apura su final. La ley no escrita universal de la vida dice que los trapos sucios se lavan en privado y no en público. En el Barça, no. De un tiempo a esta parte, no hay trapo sucio (o muy sucio) que no se lave en público, para júbilo de los que odian al Barça y para dolor de los que le aman. Instalado en la mediocridad comunicativa, en la falta de coherencia institucional y en la ausencia de credibilidad, el Barça trata de sobrevivir a sus miserias. Dirigido por una directiva que soluciona problemas al tiempo que los crea y gravado por una atmósfera irrespirable en un club que sale a incendio por semana, el socio se ha instalado en la desconfianza. Nadie cree en nadie y el abismo entre los que mandan en el club (los directivos) y los que lo sostienen (los jugadores) es cada vez más profundo. Increíble, pero cierto. Lo que queda del Barça ha conseguido hacer posible lo que parecía imposible: tirarse los trastos a la cabeza, en público y en privado, en mitad de una pandemia mundial.
Los satélites informativos de los despachos jugaron a lo de siempre: a publicitar todo tipo de datos económicos a gusto del consumidor, aprovechando filtraciones medidas para generar un caldo de cultivo favorable a los que presumen de presupuesto y alimentando corrientes de opinión que ponían a los jugadores a los pies de los caballos. La respuesta de los futbolistas ha sido tan enérgica como cruda. A través de Messi, que ejerce de capitán y no necesita portavoces ni marionetas, el vestuario ha puesto pie en pared. Hartos de sufrir el permanente goteo de filtraciones interesadas, los futbolistas han dado un paso al frente. Su respuesta ha sido lapidaria. Primero, porque ha sido pública. Segundo, porque acusa a gente que trabaja dentro (repetimos, dentro) del club de filtrar con mala intención. Y tercero, porque la respuesta de los jugadores no sólo ha sido rebajarse el sueldo un 70% durante el estado de alarma, sino que, además, pondrán dinero de su bolsillo para sufragar el sueldo de otros trabajadores del club. Si la relación entre directiva y vestuario no está totalmente rota, está cerca de estarlo. Que cada palo aguante su vela.
Lo que es incuestionable es que ahora mismo, el Barça es una trinchera. Y que, en esra batalla, han ganado los que han hablado con hechos y no los que han jugado a insinuar que algunos tienen más amor por el euro que por la camiseta.
Rubén Uría
