Quini Sporting RayoPuche

"Ahora, Quini, ahora"

Son cinco años sin “Quini”. Nos dejó a finales de febrero de 2018. Recuerdo que la noche anterior la pasamos hablando de su grandeza, del fútbol de los ochenta, de aquel tipo que tenía una sonrisa infinita, incluso cuando la vida no le había dado motivos para sonreír. Enrique Castro, “Quini”, tenía un corazón gigante y era un hombre querido por todos. Embrujó El Molinón, glorificó la camiseta del Sporting, fue embajador del “fair play” allí por donde pisó y fue ídolo para grandes y pequeños. Un cromo irrepetible para cualquier colección. Un tipo que batió el récord del mundo de cariño. “Ahora, Quini, ahora”.

“Quini” no era de mi equipo, pero siempre sentí como si lo fuera, porque su caso fue único en el fútbol mundial. Jugó en el Ensidesa, Sporting de Gijón y Barça, pero eso fue lo de menos, porque siempre jugó en el equipo de todos. Era patrimonio universal. Pichichi y campeón de la vida, nunca se rindió ante la fatalidad: “Llevo años luchando contra una enfermedad, se ha muerto un hermano, mis padres, un secuestro y ves la vida de otra manera. En lo más sencillo está lo bonito”. Así era él. Corazón gigante, sonrisa eterna.

Fue un mito de mi infancia, una leyenda de su tiempo, un ejemplo de humanidad, cercanía y sencillez. El Messi de su tiempo, un genio, un tipo humilde, cercano, familiar, al que te podías acercar, pedirle una foto, preguntarle la dirección de una calle o darle un caluroso abrazo. Daba todo a cambio de nada. Y en cada gesto pequeño, su leyenda se hacía más grande. Gigante. “Quini” fue alguien único. Un hombre al que lloró todo un país. Alguien a quien se le rompió el corazón de lo grande que lo tenía. 


Solo mueren aquellos a los que olvidamos. "Quini" permanecerá vivo entre los que tuvimos la suerte de compartir un minuto a su lado. Hace cinco años nos dejó el corazón más bravo y puro del fútbol español. Queda vivo su recuerdo, sus goles y su manera de ser. La de un ser humano ejemplar, que unía aficiones y nunca dejó de sonreír. Hay muchos cuerpos, pero sólo hay un alma. La de Enrique Castro es inmortal. “Ahora Quini, ahora”.

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