"Los jugadores ganan los partidos, no los entrenadores", es algo que se escucha a menudo, a veces de boca de los propios entrenadores. De hecho, los técnicos no pueden marcar chilenas, no pueden correr de un extremo a otro del campo, no pueden cabecear centros ni hacer paradas. El economista Stefan Szymanski y el escritor Simon Kuper concluyeron en su libro 'Soccernomics' que los entrenadores apenas importan y que el principal factor determinante del éxito es el dinero gastado en salarios. Los entrenadores, sugieren, "podrían ser reemplazados por sus secretarias, o sus presidentes, o por osos de peluche".
Pero si ese fuera el caso, entonces el Manchester United seguiría siendo la fuerza líder del fútbol inglés, el Tottenham habría seguido siendo el equipo de media-baja clasificación que fue en los años 90, el Atlético de Madrid no habría tenido ninguna posibilidad de ganar La Liga y el Leicester City nunca habría logrado el título de cuento de hadas más grande de la historia del fútbol moderno.
No, los entrenadores tienen un gran impacto. Ellos dictan el estilo de juego del equipo, eligen a su personal, tienen una gran influencia en quién se compra y quién se vende. Son la cara del club hacia el mundo exterior y son responsables de la cultura dentro del mismo. Sí, ha habido casos en los que equipos con entrenadores de una calidad cuestionable aún así lo han hecho bien (¡hola Roberto Di Matteo y Raymond Domenech!), pero nunca dura mucho.
Un gran entrenador puede transformar por completo un club, una liga y, en algunos casos, toda una cultura futbolística. Por eso se les paga tanto y son tan codiciados. En la era moderna, el entrenador es la verdadera estrella, mucho más importante que cualquier jugador individual.
En este artículo, GOAL rinde homenaje a los mejores entrenadores del siglo XXI, figuras que no solo ganaron partidos, sino que crearon dinastías, construyeron estadios de manera eficaz y cambiaron el curso de la historia...