Un joven Kylian Mbappe se sienta en su cama, apoyado contra una pared, rodeado de fotos de Cristiano Ronaldo. Aquí está Ronaldo controlando el balón con el pecho, allá está Ronaldo levantando la Bota de Oro. Y en todas ellas - en cada una - Ronaldo está vestido de blanco, con la camiseta del Real Madrid.
Fue una foto inocente en ese momento de un niño que amaba el fútbol. Desde entonces, sin embargo, se ha convertido en algo simbólico de algo más grande. Desde que era niño, Mbappe ha querido jugar para el Madrid. Esta imagen es evidencia perfecta de que el traspaso del delantero francés a la capital española era un derecho divino - un movimiento que siempre iba a hacerse.
Pero esa fantasía de niño, ahora que se ha hecho realidad, está lejos de ser la historia perfecta. Se suponía que Mbappe sería la pieza final de este equipo del Madrid, el filo afilado que podría hacer al equipo más dominante de Europa casi imparable. La realidad ha sido todo lo contrario.
El Madrid está confundido, sus jugadores ya no están en la misma sintonía. Falta la fluidez, se ha ido la conectividad. Mbappe, el máximo goleador histórico del Paris Saint-Germain y un jugador consolidado en el top tres del mundo, ha empeorado a este equipo.




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