Desde la proeza inolvidable de su gol ante la URSS en la final de la Eurocopa de 1988 hasta la desgarradora vuelta de despedida en el Estadio Meazza, el 18 de agosto de 1995, antes del Trofeo Berlusconi, la carrera de Marco van Basten —el “Cisne de Utrecht”, como lo apodaron, y a quien Silvio Berlusconi definía como “el Nureyev del fútbol”— está repleta de postales imborrables que se han ganado un lugar eterno en la historia del balompié.
Y por supuesto, están sus goles. Muchos y hermosos, ejecutados de todas las formas posibles. En total, 314 anotaciones: 277 con sus clubes, 24 con la Selección Mayor de los Países Bajos y 13 con la Sub-21. Todos ellos cuidadosamente registrados en los cuadernos que su padre Joop le inculcó desde niño.
El más icónico, quizá el más bello jamás visto en una Eurocopa —y algunos se atreven a decir que en toda la historia— lo marcó en la final de la Euro ’88 ante la Unión Soviética. Minuto 54. Holanda ya ganaba 1-0 gracias a un cabezazo de Ruud Gullit, quien a su vez había aprovechado un pase largo del propio Van Basten. Entonces, Marco decidió escribir su nombre con tinta dorada en los libros del fútbol.
Arnold Mühren lanza un centro largo desde la izquierda. La pelota supera a Gullit, que esperaba en el centro del área, y llega a Van Basten, muy escorado sobre la derecha. Todos esperan un centro, pero él, en una fracción de segundo, se coordina con precisión quirúrgica y suelta un disparo de volea potentísimo que vence al legendario Rinat Dasaev. El balón entra en el ángulo más lejano, como una pincelada divina. Ese gol selló el único título internacional de la historia neerlandesa, y aún hoy emociona como si fuera la primera vez.
En cuanto a técnica y belleza, hay que recordar al menos dos más. El primero lo marcó con el Ajax en la Eredivisie, el 9 de noviembre de 1986. Van Basten lo describió como “la imagen de la belleza” en su autobiografía Frágil. Minuto 70. El rival acaba de acercarse en el marcador (2-1). Van’t Schip abre a la derecha para Wouters, quien envía un centro retrasado al área. Marco se lanza en el aire con una chilena perfecta, y clava el balón en el ángulo opuesto. Una ejecución sublime, de equilibrio precario, gimnasia pura, con la pierna izquierda de apoyo y la derecha como pincel. Una obra de arte suspendida en el tiempo.
Otro momento imborrable llegó el 25 de noviembre de 1992, en la Liga de Campeones contra el IFK Göteborg, con la camiseta del Milan. Van Basten fue un vendaval aquella noche: anotó cuatro goles, convirtiéndose en el primer jugador en lograr un “póker” en el torneo. El tercero fue una joya. Minuto 61. El Milan ya ganaba 2-0. Stefano Eranio irrumpe por la derecha y lanza un centro retrasado. Van Basten, como si hubiera visto el futuro, se anticipa con una tijera perfecta, impacta con violencia y coloca el balón lejos del alcance de Ravelli. Precisión, coordinación, instinto: todo en una sola jugada.
Pero la iconografía de Van Basten va más allá de los goles. Está su debut con el primer equipo del Ajax, entrando en lugar de su ídolo y mentor Johan Cruyff. Está su sociedad mágica con Gullit y Rijkaard en el legendario Milan de Arrigo Sacchi. Sus celebraciones con el dedo apuntando al cielo, el pequeño salto antes de ejecutar los penales, los duelos con defensores de hierro como Vierchowod, Ferri, Bruno o Köhler. El número 12 en la espalda durante la Euro ’88, la alegría por levantar su primera Copa de Europa, la tristeza de la Euro ’92 perdida ante Dinamarca por penales, la frustración en la final de Champions de 1993 ante el Marsella.
Y finalmente, el 18 de agosto de 1995. El día en que San Siro lloró. Van Basten, con apenas 30 años, dio su vuelta final al campo, vestido con una chaqueta de gamuza. Era el adiós definitivo al fútbol profesional. El niño prodigio, el artista del balón, el cisne herido que había hecho soñar a generaciones enteras, se despedía entre aplausos, lágrimas y una tristeza imposible de ocultar.
Así lo relató él mismo en Frágil: “Bajo los ojos de ochenta mil, soy testigo de mi adiós. Marco van Basten, el futbolista, ya no existe. Están viendo a alguien que ya no es. Están aplaudiendo a un fantasma. Corro y aplaudo, pero ya no estoy más… Desde lo profundo sube la tristeza. Me invade. El coro y el aplauso penetran a través de mi armadura. Quiero llorar, pero no puedo romper en llanto aquí, como un niño. Me esfuerzo por permanecer calmado… Dejo de correr y de aplaudir, la vuelta ha terminado. Algo ha cambiado, algo fundamental. El fútbol es mi vida. He perdido mi vida. Hoy he muerto como futbolista. Estoy aquí, de invitado en mi propio funeral.”