Si el fin del siglo pasado y el comienzo del actual marcaron el paso definitivo de los clubes de fútbol de simples representaciones deportivas a empresas, las dos décadas del nuevo milenio han visto el nacimiento y la consolidación de un nuevo axioma.
La atención mediática y la capacidad de condicionar las decisiones de mercado de aficionados y entusiastas han hecho que los futbolistas pasaran de ser atletas protagonistas de los clubes para los cuales están fichados, a verdaderas empresas privadas a su vez.
El ejemplo más emblemático es el de Cristiano Ronaldo, que ha convertido su nombre y su imagen en una marca increíblemente explotable a nivel comercial, ampliando sus ganancias también a través del aprovechamiento de su marca.
Espíritu emprendedor mostrado también por Gerard Piqué, quien ya en los últimos años de su carrera antes del retiro ha invertido en varias actividades, convirtiéndose en el principal promotor de la Kings League, además de haber metido mano en la Copa Davis de tenis.
El tercer decenio de los años dos mil está viendo surgir un fenómeno adicional que ve en primera línea a muchos futbolistas aún en actividad. Estamos hablando de la adquisición de participaciones de clubes de fútbol en todo el mundo.
Atletas que se convierten en accionistas, influyendo significativamente en la atención mediática y la capacidad de inversión de los equipos que ven su entrada en el capital social.
Una tendencia sin duda de moda e interesante, pero que también plantea varias dudas relativas a violaciones - verdaderas o supuestas - del código ético establecido por la FIFA.
El caso más candente de las últimas semanas es el relativo a Vinicius Junior del Real Madrid, que se ha convertido en el centro de un caso que puede sentar un precedente. Involucrado en la compra de un club brasileño a través de una sociedad de propiedad de su padre, para el número 7 de los blancos se han solicitado dos años de suspensión, a la espera de que se pronuncie la FIFA.


