Todos recordamos ese pase. Luka Modrić recibe el balón girando, en un pequeño espacio entre las líneas del mediocampo y la defensa del Chelsea. Apenas levanta la vista antes de poner la pelota en la trayectoria de Rodrygo, que entra por el segundo palo. Luego viene la magia: con el exterior del pie, en movimiento, lanza un centro preciso que Rodrygo convierte en gol. El Real Madrid salva los cuartos de final de la Champions League, llega a la final... y levanta el trofeo. Aquel pase fue uno de los momentos clave del camino hacia la gloria.
Modrić tenía 35 años cuando firmó esa obra de arte, y en ese momento fue una muestra más de su aparente eternidad. El icónico tridente del Madrid —Kroos, Modrić y Casemiro— ya apuntaba al final de su ciclo, pero el croata dejaba claro que aún le quedaban años de fútbol al más alto nivel.
Durante dos temporadas más, Modrić siguió siendo fundamental en los partidos grandes, administrando esfuerzos y dosificándose en los compromisos de menor exigencia. Pero ahora, todo es distinto. El desgaste es evidente, Modrić luce fatigado y ya no es el mismo motor confiable de antaño. En una temporada en la que el mediocampo del Madrid ha mostrado grietas, también ha quedado expuesta la curva descendente del Balón de Oro 2018.
Modrić no es una carga para el equipo, pero la evidencia salta a la vista y las estadísticas lo respaldan: el tiempo no perdona. Y quizá lo más sensato sea dejar el Santiago Bernabéu mientras aún tiene algo de fútbol por ofrecer, y pueda irse con la dignidad que merece una leyenda de su talla.







