Descifrando el 7 a 1, diez años después: ¿Alemania tuvo suerte en el Mineirão o Brasil mereció cada uno de los goles?

Sin Neymar (lesionado en el partido de cuartos contra Colombia y descartado para el resto de ese Mundial) ni Thiago Silva (suspendido por tarjetas amarillas), Brasil entró en el campo con dos cambios principales: Bernard en el extremo izquierdo y Dante como central junto a David Luiz, quien heredó el brazalete de capitán en ese partido.

Anímicamente, el equipo estaba muy nervioso desde antes del inicio de las acciones, algo que quedó en evidencia durante el himno nacional: sosteniendo una camiseta con el nombre de Neymar, al lado del portero Júlio César, David Luiz cantaba el himno sílaba por sílaba y con la voz proyectada, como en algún ejercicio fonoaudiológico de dicción. Todo era correcto, pero poco natural.

Todo se desmoronó después de que Thomas Muller abriera el marcador después de un saque de esquina. Tranquilo en el área y sin marca, en un gran error de David Luiz, el delantero estaba libre mientras ocho camisetas amarillas le observaban y hacían de todo menos marcarle.

En la entrevista justo después de la derrota, el técnico Luiz Felipe Scolari habló de un "apagón" y "seis minutos de pesadilla". De hecho, eso fue lo que sucedió a continuación.

Mucho se habla de que la Verdeamarela se derrumbó después del primer gol, pero no fue así. Brasil no jugó bien, estaba nervioso y lanzaba demasiados balones largos, pero Alemania tampoco era muy superior. El 2 a 0, sin embargo, puso al equipo de Scolari en un territorio nunca antes visto y cambió completamente el escenario.

En el período entre el minuto 23 y hasta el final de la primera mitad, Alemania fue quirúrgica: con menos posesión del balón que Brasil, lograba hacer desmarques fáciles e infiltrarse en el área brasileña como si estuviera en casa. En total, fueron seis remates, de los cuales cuatro terminaron dentro de la portería.

En uno de esos disparos, Julio César dio rebote para que Miroslav Klose hiciera el segundo y se aislara como el máximo goleador de la historia de los Mundiales masculinos. Una jugada con errores claros de Fernandinho (no pudo interceptar un pase que venía en su dirección), Dante y David Luiz.

El momento en que el mundo se dio cuenta de que algo fuera de lo habitual estaba ocurriendo en el Mineirao. Siempre desde el lado izquierdo de la defensa brasileña, lo que deja a las claras especialmente el mal partido de Marcelo y Hulk, Alemania construyó el tanto con facilidad.

Lahm cruzó y Müller falló, pero el balón llegó perfecto para que Toni Kroos, libre en la entrada del área, disparase con fuerza contra las mallas. Julio César podría haber detenido el remate.

El cuarto gol es el que mejor muestra el colapso de Brasil. Tras el saque del medio posterior al 3-0, Dante pasó la pelota a Fernandinho y el centrocampista no vio venir a Toni Kroos, a toda velocidad, para hacer la recuperación. Y a partir de ahí, la jugada parecía uno de esos goles hechos en celebraciones amistosas entre amigos: con la defensa completamente abierta (solo con Dante, Fernandinho y Júlio César desesperados), Kroos pasó a Khedira en el área, quien devolvió la pelota a su compañero: 4-0.

El dicho brasileño "cada uno por sí y Dios por todos" ilustra perfectamente la impresión transmitida por el equipo de Scolari en esos minutos. En el quinto gol alemán, David Luiz rechaza y el balón va hasta el mediocampo, en posesión del equipo europeo. De forma sorprendente, el defensor abandona su posición y corre desenfrenadamente hacia el medio, dejando un enorme agujero que sería aprovechado por Khedira.

Pase para Kroos, que ahora devuelve para Khedira, en la región del punto penal, para disparar al fondo de las redes. Maicon no tuvo suerte para interceptar el disparo. Cuatro goles en menos de diez minutos.

¿Cómo empezar la segunda mitad de un partido prácticamente muerto? Felipão cambió a Hulk y Fernandinho por Ramires y Paulinho, pero el juego solo transcurría como una lenta espera por el silbato final. Años después, se conoció que Alemania eligió intencionalmente disminuir su intensidad por respeto a lo que significa Brasil. No hay situación más humillante.

Pero no servía de nada cambiar el mediocampo, la defensa o el ataque en ese punto de la historia. Alemania avanzaba intercambiando pases, como si fuera un entrenamiento contra un equipo de niños y Schürrle logró una definición tranquila casi en el área pequeña, a pesar de estar rodeado de camisetas amarillas. Los jugadores de Brasil parecían zombis.

Cuando se habla del factor "suerte" para evaluar las definiciones y oportunidades creadas por Alemania en ese 8 de julio, sólo debería ser referido al séptimo gol.

Los alemanes llegaron con la habitual tranquilidad al área brasileña, pero el disparo de Schürrle fue un poco despreocupado. Casi sin ángulo, el remate del número 9 golpeó el travesaño, casi en la esquina con el poste, y entró.

Todo ya estaba terminado desde hace mucho tiempo cuando Oscar, a los 90 minutos, marcó un gol protocolario y sin emoción. "Nunca he visto que un gol sea tan poco celebrado", aseguró el encargado de la narración de la película oficial de la FIFA.

Un 7 a 1 en la Copa del Mundo es, por sí mismo, un marcador exagerado. Aún más en una semifinal y en un partido que involucra a dos de las mejores selecciones de la historia. Hasta el día de hoy, se busca una respuesta para explicar lo que sucedió esa tarde en el Mineirão.

Y la verdad es que hay varias respuestas. Brasil estaba mal preparado física y técnicamente, y no pudo soportar la presión psicológica a la que, por innumerables razones y contextos, fue sometido. Estaba jugando mal después del primer gol, pero simplemente se rindió después de recibir el segundo. Dejó de creer, de pensar, de competir.

La sensación era que no había un equipo en esa plantilla. Una sensación que, de cierta forma, fue confirmada por el propio Scolari años después: "En 2014, no logramos tener esa conexión como la que hubo en el equipo campeón del mundo de 2002. Hubo grandes desacuerdos entre los jugadores en el grupo", reveló en una entrevista para SporTV en 2021.

En medio de tantas razones que explican lo que parecería ser inexplicable, existen algunas certezas: Alemania puede haber tenido suerte en, como máximo, dos goles, pero merecía ganar esa semifinal por goleada. Y no tanto por méritos propios, sino porque Brasil merecía sufrir cada uno de los goles.

La estadística de goles esperados (xG) señaló solo 3,15 para los alemanes esa tarde, pero el dato, a pesar de ser una de las métricas más modernas para la lectura del juego, no tiene en cuenta la posición de los defensores en el momento de los tiros o el estado anímico en que se encontraban.

Brasil merecía ser goleado esa tarde y Alemania goleó. Y dejó como cicatriz la mayor vergüenza de la historia de los Mundiales, si consideramos lo que sucede dentro del campo de juego. Antes de esa tarde del 8 de julio, Brasil no había sido derrotado en casa en torneos oficiales durante 39 años (una derrota por 3 a 1 ante Perú en la Copa América de 1975), y en la historia de los Mundiales masculinos solo Zaire y Haití habían bajado al descanso de un partido habiendo recibido al menos cinco goles.

Nunca antes la selección brasileña había recibido tantos goles. Y ocurrió precisamente en una semifinal de la Copa del Mundo para redefinir los traumas domésticos de Brasil en la competencia: 1950 fue el mayor trauma, pero el 7 a 1 de 2014 es, sin duda, la mayor vergüenza.