Recoger la pelota en el balcón del área. Eludir al rival que lo quiere cubrir, porque piensa que rematará directo al arco. Acomodarse para la zurda. Sacar el disparo que se clava en el ángulo, que ni 100 arqueros podrían atajar. Dirigirse a la esquina para festejar junto a sus compañeros. Algo que parece tan fácil, porque lo hizo tantas veces, siempre es único para Lionel Messi.
En la final de la Leagues Cup, que no encontraba un dominador claro pasados los 25 minutos, el 10 frotó la lámpara y ese gol que año tras año metió con la camiseta de Barcelona o la de Argentina, también lo hizo con la de Inter Miami ante Nashville, una víctima más del mejor futbolista del mundo.
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