GoalDecía el maestro Enric González que el periodismo deportivo consiste en “ masturbar al lector”. Así que, queridos lectores barcelonistas, discúlpenme por no practicar el onanismo ilustrado con todos aquellos que se sientan robados y estafados. Piensen que soy anti-barcelonista, que me ha comprado Florentino Pérez o que, como mi equipo está metido de lleno en la lucha por esta Liga, mi única intención es desestabilizar. A la carta. Y ahora, al grano: horas después del diluvio universal en el Di Stéfano, Ronald Koeman todavía sigue llorando . Cuando el holandés gane esta Liga y también la Copa, ustedes se pasarán por aquí y zurrarán a base de bien a quien esto escribe. Mientras llega ese día, desde la humildad más absoluta, uno sigue defendiendo que Koeman es un magnífico portavoz y un tipo al que se le debe agradecer haber llegado en una situación complicada, pero no es, ni puede ser, el entrenador del proyecto de futuro de un Barça que debe desterrar los intereses espurios y las hipotecas del pasado.
Si usted es barcelonista preguntará "ya, pero ¿y el arbitraje, qué?" . Al lío. Que Gil Manzano es uno de los árbitros de cabecera del sistema ni cotiza. Que suele ser bastante melifluo cuando debe tomar decisiones no es nuevo. Anoche pudo pitar un penalti sobre Braithwaite – para unos no hay nada de nada y para otros es un penalti absurdo pero penalti-, dio un tiempo-extra insuficiente, expulsó a Casemiro por doble amarilla cuando antes le dio un manotazo que no tuvo sanción (con Diego Costa sí se atrevió, fueron 8 partidos) y si alguien cree, sea madridista o culé, que hizo un pésimo arbitraje, estaría en su completo derecho. Ahora bien, una cosa es que el arbitraje cometiera errores, incluso de grueso calibre, y otra, bien diferente, comulgar con ruedas de molino. Gil Manzano, que a mí me parece un árbitro con poco carácter, no tuvo la culpa de que el Barça no estuviera a la altura. Lo diga Koeman o el maestro armero.
Nada más acabar el partido, Koeman hizo suya la famosa letra de la canción del mexicano Vicente Fernández. "Llorar y llorar, llorar y llorar...". Se echó en manos del victimismo, resucitó los mecanismos habituales del nuñismo y culpó a Gil Manzano, escurriendo el bulto. Habló de arbitraje, pero no de fútbol. Habló de penaltis, pero no de atacar mejor. Habló del VAR, pero no de errores propios de alevines. Tiró de mala educación con un periodista, pero no quiso reflexionar sobre jugar con cinco defensas y prescindir de un delantero. Koeman, que sigue repitiendo que tiene contrato en vigor y sigue filtrando que se quedará pase lo que pase, volvió a morder el polvo en un encuentro ante un equipo de la talla del que entrena. La culpa, del empedrado.
Para qué explicar que tiró al contenedor de la basura el primer tiempo, si estaba Gil Manzano. Para qué asumir que los tres centrales son una bacalada infame, si podía echar mano del arbitraje. Para qué explicarle a los periodistas que metió a Dembélé de delantero centro por dentro y de espaldas, si podía hablar de un penalti. Para qué decirle al barcelonismo que Messi quedó desamparado porque no tenía socios, si tenía por allí a los árbitros. Para qué explicar que a Alba se le escapó la tortuga en el primer gol y que Dest se dio la vuelta como un alevín en la falta del segundo, pudiendo hablar de arbitraje. Para qué hablar de su lectura del partido cuando se puede llorar del VAR. Para qué contar que le faltó cintura, sabiendo que podría hacerle el caldo gordo a los culés y canalizar el cabreo culpando al árbitro. Para qué recordar qué dijo del árbitro y del VAR ante el Valladolid, pudiendo tener un ataque de amnesia selectivo en Madrid. Y para qué reflexionar sobre el mensaje que manda al vestuario y al aficionado, cuando después del calentón y ya en frío, publica un tuit insistiendo en quejarse del árbitro .
Cuando Koeman deje de derramar lágrimas de cocodrilo, cuando gane esta Liga y también gane la Copa, ustedes me recordarán este artículo con el resultado de su lado. Será de ley. Asumido y procesado. Zúrrenme de lo lindo. Será merecido. Mientras tanto, alguien debería preguntarse en ese club por qué el listón de exigencia está cada vez más bajo, por qué el conformismo lleva demasiado tiempo instalado en ese banquillo y por qué los que tienen que encontrar soluciones siguen braceando en chicle. La verdad es que el Madrid ganó un partido que pudo haber acabado en empate perfectamente y que llorar no engrandece al Barça. Produce el efecto contrario. Y cuando el Barça logró ser el equipo más grande del mundo, lo hizo porque, pasara lo que pasara, prestaba más atención al fútbol que a los árbitros. Aquel Barça lloraba poco y jugaba mucho .
Rubén Uría




