Hace seis meses, River quedaba eliminado de la Copa Libertadores ante Palmeiras y se iba del Allianz Parque con la sensación de que lo habían perjudicado. Ahora, casualidad o no, es Boca quien lo sufre: el Xeneize podría haberle ganado a Atlético Mineiro en La Bombonera de no ser porque, después de más de tres minutos de observar la jugada del gol de Diego González, desde Asunción le advirtieron a Andrés Rojas, el árbitro del partido, sobre un "contacto pequeño" de Norberto Briasco sobre Réver, que el colombiano terminó interpretando como infracción. Y una vez más, el VAR se transforma en responsable de lo que se había propuesto erradicar .
CONMEBOL SANCIONÓ A LOS ÁRBITROS DE BOCA Y CERRO PORTEÑO
La implementación de la tecnología fue aprobada por la International Football Association Board en 2016 y se empezó a aplicar a fines del mismo año, en la Copa Mundial de Clubes. En las semifinales entre Kashima Antlers y Atlético Nacional, el húngaro Viktor Kassai cobró un penal gracias a la herramienta. Desde la revisión hasta la sanción pasaron casi tres minutos. Desde aquella primera incidencia hasta hoy, transcurrieron cuatro años, algunos meses y una pandemia. Nada cambió. O todo .
La llegada del VAR se dio de la mano de una promesa demasiado ambiciosa: el fin de la injusticia. Sin embargo, cerca de cumplirse su primer lustro, nadie se siente más seguro. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que a un instrumento supuestamente imparcial y que todo lo ve, casi como un Gran Hermano, se lo ponga en duda una y otra vez? Quizás desde allí se pueda ensayar una respuesta.
Fernando Torres / CBFEl pecado original del mecanismo es que nunca, ni siquiera en su concepción, fue pensado para formar parte del juego. Es un anexo. Algo que está ahí, expectante y que, en cualquier momento puede entrar en acción. Es un problema del método, que afecta, por supuesto, a los jugadores, pero también a los propios jueces. Y su -mala- aplicación tiene consecuencias emocionales: los jueces, hoy accesorios, tienen más dudas que antes y pueden verse sugestionados, como podría haber sido el caso de Rojas en el encuentro del Xeneize; mientras que los futbolistas, como los de Cerro Porteño y Fluminense, pasan del éxtasis a la agonía o de la pesadumbre al alivio. Ello, irremediablemente, genera una fractura: lo psicológico también incide.
Ya no hay arbitrajes que pasen desapercibidos, sino que son más protagonistas que los futbolistas: hoy, se está más atento a qué se puede llegar a cobrar desde una cabina que ni siquiera está en el estadio, que lo que sucede dentro del campo de juego. El fútbol es el único deporte en el que ninguno de los verdaderos intérpretes tienen poder alguno sobre lo que se decide desde atrás de una pantalla. Le tocó padecerlo a River en enero y, ahora, a Boca, como a tantos otros en el medio: es una ruleta rusa. Y así seguirá hasta que no se modifique en algo la manera de ser utilizado.