Habría que imaginar la escena: un tiro de esquina con jugadores amontonados entre sí, jaloneándose, insultándose sobre la cara... pero con cubrebocas. Desde Cristiano Ronaldo o Lionel Messi, hasta el joven que recién debuta, cualquier futbolista del mundo tendría que portar una mascarilla durante su participación en la cancha, según recomiendan los expertos.
De acuerdo con Diego Mirabent Amor, doctor en Medicina del Deporte y con especialidad en evaluación y desarrollo del potencial físico deportivo, estos necesitarían usarlos para evitar más casos de las nuevas variantes que circulan por los países como la sudafricana, inglesa o brasileña. Estas son más transmisibles y menos efectivas contra las vacunas, conforme a lo que han reconocido las farmacéuticas como Pfizer, Moderna, Astra Zeneca, entre otras.
"Lo mejor sería que llevaran las que tienen un sello hermético (como las FFP1, FFP2, FFP3 o N95), pero esas sólo se destinan para los profesionales de la salud. Si hubiese una regulación, habría que optar por el equilibrio: las de dos o tres capas (las quirúrgicas) porque combinan eficacia y la 'comodidad' para los deportistas", afirmó en entrevista para Goal.
Aquellos como los mencionados arriba, los cuales filtran las partículas hasta en un 95%, los descarta porque es posible que restrinjan el flujo del aire y acrecentan la tasa de esfuerzo percibido. La Organización Mundial de la Salud (OMS) tampoco los sugiere porque bajo ese contexto se humedecen e inducen la aparición de microorganismos.
Eso sí, recordó que " el riesgo cero no existe". Es decir, aun cumpliendo con ello, a lo que la mayoría de los profesionales de este deporte se resisten, salvo unas contadas excepciones , todavía serían susceptibles a infectarse.
Aquellas que contienen válvulas, como la que el delantero hondureño Jerry Bengtson popularizó, no se aconsejan, puesto que nada más protegen a su portador y no a quienes se encuentran a su alrededor. Incluso, algunas aerolíneas ya las prohibieron para viajar en avión.
Además, no ayudan las condiciones del balompié como deporte de contacto directo. "En los córners o en los festejos de los goles hay gritos, abrazos y cercanía que facilita la dispersión de aerosoles y las microgotas", señaló sobre las principales vías de contagio.
De cualquier manera, Mirabent cree que los jugadores sostienen un argumento científico a su favor para no emplearlo: "Los estudios publicados hasta ahora [Scandinavian Journal of medicine & science in sports] sólo hablan de fitness, running o actividades moderadas. No se les puede comparar porque su dinámica exige mayor demanda".
En algo más intenso como el fútbol, un tapabocas provocaría que los glóbulos rojos aumenten. Y eso, a su vez, a una hipoxia o falta de oxígeno, cuyos síntomas incluyen dolores de cabeza, palpitaciones y, ocasionalmente, pérdida de conciencia. De ahí derivan las complicaciones cardiovasculares y neurológicas.
"La mascarilla no reduce el aire y así no disminuye en la sangre, no hay eliminación del dióxido de carbono. Entonces, no es simplemente por comodidad, ego o rebeldía; se debe a que ya se hicieron varias pruebas y el riesgo es en teoría inferior. Pero no es tan buen ejemplo porque si tu ídolo no se lo pone, la gente hará lo mismo", añadió.
Mirabent Amor invitó a seguir los pasos de ligas como la NBA o la MLS, las cuales crearon una burbuja en Orlando, Florida, Estados Unidos, la temporada pasada que sirvió para minimizar los peligros. "Estaba por delante la seguridad de todos porque no viajaban. Pero es complicado, son menos equipos y el complejo deportivo (el Wide World of Sports Complex de Disney World) no lo tiene nadie más y es muy caro", reflexionó.
A decir del doctor en Medicina del Deporte, con una burbuja, la fórmula ideal se completaría mediante análisis de anticuerpos, testeos rápidos cada 7 días y exámenes PCR. Algo prácticamente imposible en un planeta, donde las políticas de salud pública de numerosos gobiernos no apuestan por la aplicación de pruebas masivas.