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Algo que me apetecía escribir sobre el Sporting de Gijón

Ruben Uria BlogGoal

A quinientos kilómetros de Gijón, uno lleva años observando, con profunda tristeza, que cualquier tiempo pasado para el Real Sporting fue mejor. Ver cómo un club histórico se ha convertido en una sociedad anónima histérica duele, por más que los años sirvan como anestésico y por más que ese mal endémico no sea propiedad exclusiva rojiblanca, porque el virus del mal dirigente lleva lustros instalado en demasiados equipos. En este caso, como en tantos otros, la riada de mediocridad amenaza con llevarse por delante al patrimonio más grande que tiene ese club, su gente. Hablar del Sporting es hablar de un sentimiento varado y de proyecto en bucle: cambiar todo para que nada cambie. Pasan los años y el orden de los factores no altera el producto: El Sporting tiene una afición de Champions, una cantera de Primera y unos dirigentes de Tercera. Quini nunca caminará solo, pero los que aún mandan sí. Al socio del Sporting le queda el aroma a dignidad que desprende esa camiseta desde los tiempos en que uno soñaba ser Enzo Ferrero, pero aunque no hay mal que cien años dure, está por ver si hay cuerpo que lo resista. 

Hace demasiado tiempo que hablar del Sporting no vende, otro tanto que no se escriben verdades incómodas y aún más que los periodistas sólo giramos la cabeza para acordarnos de un histórico en apuros al que han y hemos convertido en una crónica de sucesos más que un equipo. En lo personal, pónganme el primero de la fila de los gilipollas que, desde Madrid y desde el desconocimiento, se atreven a opinar. Pero como me pagan por hacerlo y no por apasionarme, aquí les comparto mi pena. Hace meses, puede que años, que no escribo del Sporting. Siempre le he tenido un cariño especial y en los últimos tiempos me he inhibido de opinar sobre lo que está pasando en ese club para no repetirme como un disco rayado. Sin embargo, al calor del penúltimo capítulo del club, con el revuelo del Covid-19, he decidido animarme. Allá vamos.

El pifostio es de proporciones bíblicas, de acuerdo. Pero leo, veo y escucho cosas que me asombran. No se trata de atizar al Sporting de Gijón, no vale de nada. No se trata de satanizar jugadores a la ligera, ni de blanquear a amiguetes de la directiva. Ni de detallar que la Delegación del Gobierno le ha pedido a la policía de Asturias que abra una investigación para aclarar si el brote vinculado al club está relacionado o no con un evento en el que algunos pudieron incumplir las normas sanitarias. Ni siquiera se trata de  explicar el origen de este jaleo o de identificar si el detonante fue una reunión entre jugadores en un domicilio particular que provocó un efecto bola de nieve de contagios por algún familiar. No.

Se trata de algo más sencillo. Se trata de que los rectores del Sporting de Gijón entiendan que no pueden tardar un mundo en reaccionar a lo que ha sucedido, alimentando suposiciones y debates de todo a cien. Se trata de que los que todavía mandan en ese club entiendan que no es de recibo redactar un comunicado en el que la información relevante sobre los hechos es de cero al cociente y baja la cifra al siguiente. Se trata de que el club puntualice, explique a sus socios, que son los legítimos dueños del Sporting, si existe o no existe conflicto de intereses en torno a la figura del vicepresidente. Se trata de tener un mínimo de sensibilidad, respeto hacia el accionista e hincha del Sporting, teniendo la dignidad de convocar una Junta Extraordinaria para informar, con absoluta transparencia, sobre una situación desagradable. Se trata de poner luz y taquígrafos a un sentimiento que no puede estar estrangulado por la opacidad.

Y más allá de esta crisis desatada por el brote de Covid-19, incluso más allá de la estúpida opinión de quien esto escribe, se trata de tener empatía con los que sostienen ese club, que son los que ahora no pueden acudir al estadio, pero que si pudieran, seguirían pagando su abono religiosamente. De estar a la altura. De tener claro que pasan los años pero los vicios siempre son los mismos. No se puede gobernar para el aficionado sin tener en cuenta al aficionado. Porque el matiz es importante: unos ganan dinero con el Sporting y otros le dan su dinero al Sporting. No se trata de demonizar a la directiva, sino de hacerle ver que que el aficionado del Sporting no existe para proporcionarles su cargo, sino que su cargo existe para proporcionar un mejor Sporting al aficionado. No es la gestión. No es el Covid-19. No es no saber fichar. Se trata de saber representar al aficionado cuando lo necesita. Se trata de articular un discurso creíble. Se trata de servir a los que aman al club y no de servirse de los que aman al club. Se trata de ofrecer una explicación transparente y veraz a la gente que vive de alentar una tradición sagrada de padres a hijos, que no entiende de dinero. Ellos son el club. Y por más acciones que uno tenga, sin gente del Sporting, no hay Sporting.  

Rubén Uría

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