Ruben Uria BlogGoal

Y de repente, Yannick Carrasco...

Nadie sabe por qué demonios se fue Yannick Carrasco del Atlético de Madrid y nadie sabe por qué demonios ha regresado. Ni el personal tuvo demasiada curiosidad en conocer el motivo de su ida, ni tampoco lo tendrá ahora para conocer los detalles de su vuelta.  Todo fueron conjeturas. Que si un carácter demasiado díscolo, que si un apaño económico de última hora, que si la abuela fuma. El caso es que, como todo lo que rodea a Carrasco, todo fue demasiado extraño y bastante opaco.  Ingeniería financiera o cuestiones internas, quién sabe y quién quiere hacer preguntas incómodas estando el patio como está. La versión más extendida consiste en que los derechos del jugador habían sido utilizados como aval para un crédito otorgado por un fondo de inversión. La pregunta del millón es ¿le necesita el Atleti? La respuesta tiene dos letras, pero la palabra es una sola. Sí.

El caso es que Simeone necesita un nueve y le traen un extremo. Que el Atleti fue a por Cavani y le trajeron de vuelta a un belga virguero. La historia es que a un equipo que no tiene gol le han recetado unas vitaminas de talento – porque la plantilla no va sobrada de eso precisamente-, y que no hay atlético que no recuerde, con más emoción que racionalidad, la primera etapa de un jugador con tanto carácter como magia. Perdido en China vaya usted a saber por qué, Carrasco regresa de improviso, en una operación relámpago, entrenándose antes de firmar el contrato e incluso antes de que se oficializase su vuelta al club del que nunca debió salir. Durante todo este tiempo, las viudas de Carrasco han sufrido la ausencia de un chico nacido para regatear. Con él vuelve el vértigo. El talento individual. El chico no sabe explicar lo que hace, ni por qué lo hace, pero lo hace. ¿Segundas partes serán buenas con el belga? Nadie lo sabe. Ni siquiera él, porque si hay algo que caracteriza a este Yannick Carrasco es que vive como juega: de manera imprevisible. El tipo cabalga, aprieta los puños y elimina rivales. 

Nadie sabe qué podrá ofrecer el bueno de Yannick a un equipo que está, ahora mismo, a años luz del equipo que él mismo se empeñó en abandonar. Lo que nadie puede borrar es su recuerdo: fueron más de 100 partidos con una elástica que le sentaba de miedo, con dos decenas de goles y otras tantas asistencias. Lo que no se olvida fue aquel gol suyo en Milán, aquel beso a su chica, aquella sensación de que el belga era un rebelde sin causa, tan indómito como volcánico. Lo que nadie duda es que, cuando este chico tiene la pelota en sus pies, no importa de qué equipo sea uno, porque pertenece al selecto grupo de jugadores con un talento tan universal que está más allá de colores. Si te gusta el fútbol, te gusta Carrasco.

Rubén Uría

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