Jordan Pefok Union Berlin 2022-23Getty

Un día en 'An Der Alten Forsterei'

Cuando uno visita por primera vez un estadio es algo similar a una primera cita. Uno conoce la apariencia del sitio y espera que haya entendimiento, sinergia, buena vibra. En ocasiones se da en lugares más familiares (de la propia ciudad o de un club que siempre se ha seguido). Y en otras el exotismo y el misterio hacen acto de presencia por la singularidad del escenario. Todo vale por descubrir un nuevo amor. 

Hace un par de meses, programé un viaje a Berlín. Y justo en ese fin de semana, el Unión Berlín recibiría al Stuttugart. El contexto parecía idóneo. El equipo de moda en Alemania y Europa enfrentándose a un equipo de la parte baja de la Bundesliga. Aunque la capacidad de 22.012 espectadores de An Der Alten Forsterei no apuntara a dar facilidades para conseguir un par de entradas para mí y mi amigo Héctor, había que intentarlo.

Dentro del mundo de los medios, todos tenemos contactos. Y a su vez estos contactos tienen sus propios contactos. Es fácil conseguir un número de teléfono o una cuenta de Twitter para intentar conseguir un milagro. Lo difícil es tener una respuesta receptiva o una posibilidad real de asistir a uno de los estadios más en auge de todo el continente.

Tuve la suerte de dar con Alberto, que es la persona al cargo de la cuenta de Twitter del Unión Berlín en español. Le comenté, por WhatsApp, la situación. Y mencioné que viviendo en Liverpool podría intentar ayudarle a él a conseguir alguna entrada para Anfield. Casualmente, él iba ese mismo fin de semana a Merseyside a ver el partido frente al Manchester United (el del sonoro 7-0). Y finalmente pudo asistir al encuentro (sin mi ayuda) y ver semejante episodio desde The Kop. Antes, durante y después, compartimos cervezas, anécdotas, contextos de vida y opiniones sobre fútbol y otros temas. 

Se habla de Twitter como un lugar muy tóxico. Pero, más allá de concordar en el caso general, creo que hay otra atmósfera muy saludable que se puede reconocer, explotar y disfrutar. Y este es el ejemplo perfecto de todo ello. Otra cosa es qué prioricemos o a qué damos más importancia. A mi me costó, pero por fin lo tengo claro. 

Alberto me explicó el sistema de solicitud de entradas para el Unión Berlín. El número de abonados deja un paquete de entradas reducido para cada partido. Entonces, con la porción restante, se hace un sorteo para los socios restantes que soliciten el ticket del encuentro. Los ganadores pueden dar su entrada a otras personas que no hubieran corrido la misma suerte. 

Pero el Unión, como el Liverpool (aunque los Reds sólo en ciertas agrupaciones de hinchas) tienen un código moral para los partidos. Si alguien vende una entrada a otra persona, tiene que ser por el mismo precio por el que se la pagó al club. No hay flexibilidad ni negocio posible. 

Conseguimos una entrada para mi amigo Héctor. Y Alberto se encargó de que yo pudiera entrar con acreditación al partido. Estaba todo listo. Y la expectación y motivación por los aires.

Fuimos pronto al estadio. Exageradamente pronto. El partido era a las 15:30, y llegamos allí sobre las 11:00. An Der Alten Forsterei está rodeado de bosque, un barrio residencial y la entrada principal con un parking. La primera impronta genera un indicio de emoción y tradición aunados. Se ve el graderío donde los fans están de pie (en 3 de las cuatro gradas). Y eso te lleva a conectar con el fútbol de antaño. Además, llovía con parsimonia y sin agresividad. Sin frío ni viento. Era uno de esos sábados de estar en casa leyendo el periódico y esperando a que el resto de la familia despertara con un café humeante en mano mientras las gotas se estrellaban rn los cristales y caían sin prisa ni pausa hasta un destino que a nadie interesa. 

Ya allí, decidimos visitar la tienda. Lejos de la sobriedad y el encanto de la entrada principal, el establecimiento son una serie de contenedores apilados con pintadas (de las buenas) en la entrada. Una vez dentro, me hice con una bufanda del equipo y Héctor con un gorro. Todos queremos llevarnos una parte del equipo de moda. Del equipo que nos iba a tocar el corazón en muy pocas horas.

Nos hicimos las fotos de rigor cuando aún no había llegado el bullicio, el dinamismo y el alma al estadio. Es decir, no había aficionados, Era el momento de encontrar un sitio donde conectar con todo ello a la mayor brevedad para conectar con la experiencia desde su arista más veraz y creíble. Y eso, en un sábado lluvioso en Alemania (y en otros sitios), se hace en un bar.

Nos hablaron del Union Tanke. Que al llegar me recordó sin ningún lugar a dudas a esos bares de campos de fútbol donde juegan los niños y jóvenes antes de ser adultos y darse cuenta que nunca llegarán a profesionales. Ese lugar, a la intemperie, siplemente cubierto con unas carpas para eludir la lluvia (de manera insatisfactoria), aglutinaba a unos veinte aficionados del Unión y a unos seis del Stuttgart, que se habrían hecho unas seis horas de tren o alguna más en coche.

Allí probe una de las peores cervezas de mi vida y usé uno de los servicios que me trasladaron a mi infancia. Como aquellos vestuarios de esos campos en los que entrabas a cambiarte antes de intentar ser una estrella en terrenos de juego de tierra y dejarte piernas y rodillas en cada acción. Esos vestuarios que te hacían tener frío hasta cuando fuera hacía calor. Esa sensación de volver al pasado. A lo que una vez fuiste. A lo que una vez fue. Tú y el fútbol. Juntos y por separado.

Era absolutamente inviable poder seguir bebiendo esa cerveza así que optamos por la segunda alternativa. Esta vez sí, el Abseitsfalle nos acogió con el zumo de cebada de buena calidad, un centenar de aficionados del Unión y una pantalla con Sky Sports para ver el Manchester City-Liverpool. Objetivo conseguido.

Llegó el momento de ir al partido. Héctor y yo nos separamos. Y yo me fui a por mi acreditación. Aunque, eso sí, me puse de barro hasta arriba rodeando el estadio por el bosque mientras hacía malabares para no caerme y, ya sí, duisfrutar del desastre cuán niño de tres años que considera un divertimento enfangarse. Ya por fin, en una sala al lado de la entrada principal, un hombre que hablaba en escaso inglés se portó con la mayor amabilidad para subsanar la carencia de habla alemana. De la mía, claro. Me explicó con todo detalle y suma paciencia el acceso a la zona mixta y a la rueda de prensa. Todo ello, sin demasiados alardes y con la eficiencia más teutona que uno se pueda imaginar. Había cosas de comer y otras de beber para los periodistas. En Alemania las cosas se hacen como se tienen que hacer. Y punto.

La entrada para la prensa, sin embargo, es por uno de los accesos que también tiene el público. Yo llegué sin grandes dificultades a mi sitio cuando aún quedaba casi una hora para el partido con el mítico papel de las alineaciones en mano. Allí, otro amable periodista, me indicó mi sitio con total precisión. Una vez lo alcancé llegó una sorpresa mayúscula. El estadio estaba prácticamente lleno. Y quedaba mucho para que empezara el partido.

Esto tiene una explicación muy simple. Y a la vez muy sorprendente. Las gradas de pie no tienen numeración. Así que el que llega primero se queda con el sitio que quiere. Y el que llega el último se queda con lo que sobra. Y teniendo la opción de comer y beber lo que a uno le plazca en la grada, la gente entra al estadio pronto. Negocio para el club.

Llegó la hora del inicio y lo que parecía un entrañable estadio de 22.000 personas con una afición animada un sábado por la tarde, se convirtió en un coliseo con un nivel acústico mejor que otros recintos como el del Tottenham Hotspur, Stamford Bridge o Do Dragao. La experiencia de conocer Europa por el fútbol te permite tener licencia para emitir este tipo de juicios totalmente subjetivos y rebatibles. Pero sólo por los que han hecho cosas similares.

Sale un speaker que enardece a la gente y el recinto entra en erupción. Aparecen bufandas a espuertas, cánticos unánimes y perfectamente conocidos por todos, y un misticismo sólamente entendible por aquellos que han presenciado y sentido a An Der Alten Forsterei. Es algo único. Y, para mí, difícilmente descriptible tras haber estado en más de 40 estadios. No había visto nada igual. 

El partido arranca y el primer tiempo es infame. En el minuto quince, el fondo donde atacará el Unión la segunda parte comienza un cántico que, sin ningún tipo de previsión ni planificación, continúa todo el lateral que tiene a la izquierda. Se turnan de dos en dos durante siete u ocho minutos. Todo ello absorbe mucho más mi atención que lo que sucede en el terreno de juego. Es fascinante.

Marca el Stuttgart y el VAR anula el gol. Se disipa el susto y la afición visitante saca una pancarta en contra del Video Arbitraje. En ese tipo de situaciones, uno de pregunta si el colista de la Bundesliga lleva esa pancarta durante 11 horas de tren o 12 de carretera para sacarla si se da una vicisitud así. El fútbol es algo tan grandioso por interrogantes de este tipo. Y por eso nos conmueve tanto. Porque las historias más pequeñas y los detalles más insignficativos generan la mayor empatía.

Sin goles al descanso. Pero al empezar el segundo tiempo marca Sheraldo Becker. Uno no sabe si es un artista latino de salsa o si podia tratarse de un descendiente irreconocible del poeta. Especialmente si lo ves por primera vez. Pero su tanto ponía por delante al Unión Berlín y por los aires a An Der Alten Forsterei. El resultado dejaba al equipo al rebufo del Bayern Munich y el Borussia Dortmund antes de Der Klassiker.

Se dieron dos zarpazos más. Uno de Kevin Behrens y otro en propia puerta del Stuttgart tras una acción del ínclito Sheraldo y de su compañero goleador. Delirio en el estadio y maniobras en todos los empleados de prensa del club, sentados en la fila anterior a la mía y con una velocidad de reacción absolutamente increíble. Uno de ellos, capaz de manejar la cuenta en alemán del Unión y sacar las stories en Instagram con la mejor tipografía y sin faltas de ortografía a la par que fumaba. A su lado, otra persona revisa las jugadas en una tablet y otra diseña el marcador final en una especie de plantilla. Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad y lo que pasa en el terreno de juego pone a esos cinco profesionales a trabajar sin descanso. El fútbol muchas veces es más pragmático de lo que imaginamos y menos romántico de lo que suponemos.

El partido acaba pero no por ello los cánticos. Los aficionados del Stuttgart piden explicaciones a los suyos tras una nueva derrota y un montón de horas de transporte, pancartas, banderas y voces que acabaron con un rotundo e incontestable 3-0 en contra. Los chicos del Unión sonríen, celebran y cantan con los suyos. Tras la vivencia compartida con el fondo, pasan por el lateral del estadio, la única zona en la que hay butacas, y todos los jugadores pasan saludando por la primera fila a los hinchas que requieren un choque de manos, una sonrisa o un momento para el recuerdo con los héroes de su equipo antes de que se acerquen al túnel de vestuarios acabando su jornada dentro del terreno de juego.

Tras presenciar tanta humanidad, desde mi primer contacto con Alberto hasta la salida de An Der Alten Forsterei, uno se pregunta si un equipo de la sencillez y la humanidad de un club, compartida por todos sus empleados y jugadores, no puede ser extensible a los equipos de mayor reverberación. ¿Por qué el club del que todos hablan puede tener los éxitos más grandes de su historia a través de la benevolencia y la cercanía con su gente mientras que otros se empeñan en lo artificial y el distanciamiento con sus fans?

El Unión Berlín es un equipo único de principio a fin. Sus hinchas quieren el éxito pero no a toda costa. No quieren ampliar el estadio pagando el precio de su esencia. No quieren jugar LIga de Campeones perdiendo su unicidad. El fin no justifica los medios para ellos. Pero la experiencia en An Der Alten Forsterei justifica cualquier amor y fé en el fútbol de siempre. El de la gente. El de las personas. Un club, de los que hacen afición. Yo fui como periodista. Pero ya soy uno más. Desde ahora en adelante, Eisern Union!

Juan Yagüe

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