OPINIÓN
Ganó quien más ganas puso y ganó el mejor. Así de sucintamente se podría telegrafiar el paso del Athletic por la Supercopa. Los leones han asombrado a propios y extraños dando la vuelta al calcetín de su rendimiento tan solo 15 días después de que Marcelino relevara a Garitano.
“No podemos ganar de seguido o no tenemos ese potencial para hacerlo”, confesaba el anterior técnico hace mes y medio después de que el grupo hubiera perdido en casa ante el Celta. Una tesis demoledora, que ha perdido ya vigencia y de qué manera. Por fin, meses después de comenzar la temporada 20/21, el Athletic ha logrado dos victorias al hilo y han sido ante el Real Madrid y el FC Barcelona, despejando de una vez por todas las dudas que flotaban en el ambiente.
Si la Supercopa de 2015 es “la de Aduriz”, esta de ahora pasará a la posteridad probablemente como “la de Marcelino”, como el arquitecto de una reforma exprés que ha lucido como de obra nueva. Y, sin embargo, los protagonistas en los que ha confiado no han diferido un ápice de los que no tenían “potencial para hacerlo”.
Versión 1.0
La dificultad para dar un giro futbolístico de 180 grados en dos semanas –por mucho que el temporal agraciara al nuevo cuerpo técnico con el aplazamiento del partido ante el Atlético– era de tal calibre si se pretendía ser competitivo en el torneo, que Marcelino ha optado por construir sobre la base del base del trabajo anterior. Eso sí, los necesarios ajustes que han llevado al Athletic a levantar el trofeo han entrado como cuchillo en la mantequilla en la mente de los futbolistas.
La primera revisión ha permitido alcanzar un éxito con el que contaban muy pocos, pero entre esos pocos estaban los más importantes: el cuerpo técnico de Marcelino y sus jugadores. El 4-4-2, una notable presión al rival, los esfuerzos solidarios innegociables, una verticalidad basada en rápidos apoyos y, sobre todo, el convencimiento de que merecía la pena no perderle la cara a los partidos en ningún momento, han sido algunas de las claves que sí se han podido añadir para redondear una primera y compleja faena.
No se ha visto al Athletic que nos encontraremos allá por marzo o abril, pero sí a la primera versión del equipo que Marcelino va a ir modelando hasta hacerlo totalmente suyo. ¿Significa esto que lo visto en la Supercopa diferirá mucho de lo que veamos en la final de Copa? Es difícil conocer ahora el grado de la transformación, aunque tanto la composición de la plantilla como el desempeño de los que estén el campo variará una vez conseguido el primero de los dos títulos en liza. Habrá una versión 2.0 con funcionalidades y protagonistas diferentes y mejorados.
La defensa y la presión
Si contra el Real Madrid el Athletic partió desde el inicio con una presión alta y sostenida, para la final de ayer se modificó un tanto ese planteamiento. Haber obligado a los jugadores a subir tanto el bloque defensivo ante un Barcelona que ya había demostrado en San Mamés su facilidad para batir las líneas, podría haber supuesto un peaje demasiado alto a pagar.
Por eso, Marcelino decidió modificar la altura del esfuerzo y juntando más el bloque y repartiendo también los relevos en los repliegues, consiguió que los jugadores maniataran durante fases del primer tiempo al Barça.
Por otra parte, la disposición de la defensa también varió respecto a la semifinal. Si ante el Madrid los rojiblancos regalaban los espacios de los laterales al rival, invitándoles a entrar por ahí, contra el Barcelona no lo consintieron y para ello ensancharon el campo en las inmediaciones del área propia. El potencial peligro por los costados de Dembelé y Jordi Alba en el desborde obligaban a aplicar una fórmula distinta.
Williams y Muniain
Cuando ni los resultados llegaban ni el juego acompañaba, Iñaki e Iker han sido dos de los miembros más criticados por su irregular aportación en relación al caché con el que cuentan. Los amigos han ido tan de la mano que hasta Garitano los sacaba del campo a la vez en el tramo final de los partidos. Ahora, sus actuaciones ante el Madrid y el Barcelona provocan un cambio de mirada de los críticos hacia ellos.
Ambos han asumido un nuevo y mayor despliegue físico, y han respondido a la llamada de liderar el juego ofensivo del Athletic. Anoche, durante la final, tanto Muniain como Williams fueron responsables de dos de las asistencias o los goles cada uno. Si el jueves era Raúl García el que se reivindicaba ante la portería contraria, los dos veteranos más esperados también devolvieron su confianza a Marcelino brillando en las inmediaciones de Ter Stegen.
El fantástico golpeo de Williams en el tanto de la victoria quedará para la historia de los de San Mamés, pero la ejecución de las faltas de Muniain en el gol de Villalibre y en el que fue anulado a Raúl García, sorprendió a una parroquia rojiblanca que no esperaba encontrarse con un Iker tan fecundo en el balón parado. Por ahí se abre una prometedora vía a explorar, sin ninguna duda.
La sorpresa Balenziaga
Una de las virtudes que adorna a Marcelino es la de ser un motivador efectivo. Consigue sacar de dentro de sus futbolistas virtudes silentes, olvidadas o del pasado. Algo que ha debido de trabajar a fondo con un Mikel Balenziaga sobre el que había más que dudas cuando se conoció que Yuri causaría baja para la competición.
Veteranísimo y curtido en mil batallas, el lateral zurdo guipuzcoano vive el otoño de su carrera, como habían confirmado sus actuaciones en los últimos tiempos. Sin embargo, Marcelino le ha preferido de entre el abanico de candidatos para reemplazar al defensor zocato titular.
A pesar de que ante el Madrid se mostró un tanto irregular, yendo de menos a más, frente al Barcelona destacó tanto en defensa como en sus incorporaciones ofensivas, hasta que le llegó el merecido relevo de Lekue. No ha sido la suya la labor más vistosa ni más destacada de esta Supercopa, pero sí ha resultado la sorpresa que nadie esperaba.
La confianza que Marcelino ha depositado en él tanto en privado como en público ha provocado que el flanco izquierdo del Athletic no haya sido un carril que invitara a explorar a los contrarios. Suyo es también el éxito de una plantilla, que además de permanecer muy unida, apunta a enfrentarse de tú a tú a lo que le salga al paso. Son los soldados de Marcelino, la ilusión de una afición que vuelve a ver a los suyos compitiendo entre los grandes. Que dure.




