GoalPaseabas por las calles de Sevilla y era imposible que no te invadiera la felicidad. La Alameda de Hércules, que quienes me conocen saben que es uno de mis lugares favoritos del mundo y los que han estado allí entenderán por qué, se había convertido en el improvisado punto de reunión de aficionados suecos y españoles. Escenas que hace demasiado tiempo habíamos desterrado del imaginario colectivo volvían a repetirse.
El corazón palpitaba como el de alguien que había vuelto a ver después de mucho tiempo a un querido amigo. Apaciblemente sentados en sus mesas y en la mayoría de los casos respetando la distancia de seguridad y el uso de mascarilla, el amarillo, el rojo y el azul formaban un mosaico de color en las mesas de los bares. Había banderas en los árboles, caras de felicidad, vasos de cervezas llenos, alegres cánticos y sentimiento de hermandad y unión. No hablaban el mismo idioma ni se volverán a ver en sus vidas pero durante unas horas había gente de Lepe, de la Macarena o de Granada entablando fugaces amistades con horiundos de Estocolmo.
Más adelante un grupo de niños suecos reconquistaban el centro de la plaza para jugar una improvisada pachanga. Los hosteleros se sonreían ante el alivo económico que suponía este inesperado empujón que ha supuesto la organización exprés de una Eurocopa destinada a disputarse en Bilbao. Por un momento nos olvidamos de los policías de balcón, de los demagogos de la red y de los que siempren quieren pincharnos el balón.
Después de unos meses en los que casi hemos tenido que pedir perdón porque nos guste el fútbol, las escenas que se han vivido en las calles de Sevilla reconciliaban con lo más puro de este deporte. Con la pasión, la alegría, el sentimiento de hermandad y de comunidad. Con la sensación de que sólo hace falta algo que ruede un balón cerca de nosotros para sacarnos una sonrisa, de que el idioma de la pelota es universal.
Se nos dijo durante la cuarentena que se podía vivir sin fútbol. Se criticó que la industria intentase volver contra viento y marea para salvar miles de puestos de trabajo. Después se tiró de demagogia por la realización de PCR a los jugadores, después se retrasó la vuelta de los aficionados una y otra vez mientras que sí se avanzaba en otros espectáculos. Justo antes de la Eurocopa, la polémica fue por la vacunación de los jugadores. Volvió a escucharse el recurrente y facilón desprecio de "sólo son once tíos corriendo detrás de un balón".
Pero de verdad que ya no importará el resultado de la Eurocopa, quién levante el trofeo o quién marque más goles. Hemos vuelto a ver a aficionados hacer kilómetros para ver a su equipos, hemos recordado cómo es escuchar las risas de unos niños al jugar en una calle y el animoso cántico en un idioma desconocido. Hace un año parecía imposible y es por eso que ya hemos ganado.
