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Lo que el Athletic tiene que agradecer a Bordalás

Firma Lartaun de AzumendiGoal

La noche de ayer en San Mamés fue una de las que dejan un poso más aprovechable que amargo según van transcurriendo las horas. Habrá quien piense que de un partido sin brillo, enredado, practicado con ardides que en ocasiones frisaron la violencia y tras un empate que deja más que abierta la eliminatoria, no hay más tarea pendiente que afilar el discurso contra el colegiado del choque, que “hay que ver lo malos que son con lo que cobran hoy en día”. O contra Bordalás.

El aficionado que no se desprende de su bufanda ni siquiera en la ducha se enrocará en postulados de semejante jaez y presumirá ante quienes quieran escucharlo de la nueva batería de insultos que ha incorporado recientemente a su vocabulario de tribuna, experto como es él en descalificar con imaginación cuando los gin tonics comienzan a repartir el fuego por el cuerpo.

Pero para tratar de asirse a un cierto análisis, para llevarse a la boca alguna conclusión que sirva para crecer en el conocimiento del actual Athletic, para saber qué se les puede exigir a los soldados de Marcelino, lo ideal es esperar a que pase el calentón, que se bajen a los pies los cosquilleos del aguardiente y admitir que los quejíos no deberían poder actuar como sordina de las carencias propias.

Por eso, quizá, cuando pase la resaca de los mil y un males externos que coordinadamente se propusieron atacar al Athletic en la ida de las semifinales de Copa, convenga pedirle al maître una de autocrítica con salsa vizcaína como plato único. Merece la pena hacer el ejercicio y más tras un momento verdaderamente dulce como el que estaba viviendo la hinchada rojiblanca tras los últimos resultados. Unos resultados que, todo hay que decirlo, llegaron acompañados de una grata imagen del equipo –tanto en su versión titular como en la B que se vio contra el Espanyol– cuando casi nadie pensaba que los leones podrían mostrar esa línea tan sólida después de pasarse noviembre y la mitad de diciembre sin ganar a nadie.

Como suele suceder en estos casos, la ristra de magníficos resultados conseguidos y un más que destacable juego en los últimos dos meses han hecho que quien más, quien menos, pensara en el Athletic como ese equipo que se puede llevar puesto a todo rival que le pongan enfrente. Si a vencer al Madrid, al Barça y al Atlético en lo que va de 2022 le sumas el plus que supone saberse de Bilbao... el techo es el cielo. Sucede, que mes y medio no es un plazo suficientemente amplio como para poder ver a un equipo desempeñándose frente a una variedad de rivales tan rica como la existente en el fútbol de hoy. Y levantó la mano Bordalás para pedir la vez.

Cualquiera que hubiera seguido hasta ayer el aún corto periplo de José Bordalás en el Valencia, habría convenido en afirmar que el equipo de la ciudad levantina apenas había getafeado como seña de identidad hasta la fecha. Había, incluso, quien comenzaba a pensar que Bordalás era más amigo de un fútbol intenso pero posibilista una vez se había hecho con el banquillo de un club importante. La colección de futbolistas que, siempre que las lesiones lo permiten, alinea el extécnico del Getafe y el aire de sus planteamientos sobre el césped tenían más que ver con lo que el aficionado de Mestalla ha visto en la última década (por distintos que hayan sido los estilos en ocasiones), que con el de los guerreros de azul que liderados por Damián Suárez, Arambarri y Maksimovic hacían llorar a las madres de los futbolistas.

Sin embargo, anoche, Bordalás entró a su equipo escondido dentro de un caballo como el de Troya, y una vez el árbitro silbó el comienzo del partido, salieron de dentro del equino de madera once peones de infantería con las órdenes muy claras de meter la pierna, el codo o la cabeza donde fuera menester. Sabían que tenían que perder la voz en las protestas, que no se les abriría la puerta del vestuario si no presentaban el cuerpo magullado tras un cuerpo a cuerpo exigente.

Era, la de ayer, la noche de las máscaras. El preludio de unos carnavales que están a la vuelta de la esquina y que en lugar de terminar con el entierro de la sardina, acabarán con un solo grupo de hombres alzando a los cielos un trofeo copero más que centenario. Por eso ayer el Valencia sumó a su calidad individual y colectiva, un juego físico que no hace prisioneros. Son legión los que hablan de “jugar al límite del reglamento”, pero eso es como excusarse con que un jugador vive de estar “al límite del fuera de juego” constantemente. Para eso están los límites. Para que rondarlos sea posible, aun con el riesgo que acarrea.

En todo caso, que Bordalás rescatara para la ocasión a su versión más física y agresiva no es sino un regalo para Marcelino y para el Athletic. Cuando en Bilbao corría desde hace semanas la especie de que los leones pueden con cualquiera, llega Bordalás y les demuestra que imponerse con relativa asiduidad a los equipos que dejan jugar no basta. Que el Athletic es un equipo muy difícil de batir es un hecho, pero en la Copa se trata de ganar, porque si no, antes de que te des cuenta estás en casa viendo jugar al rival en la tele. 

Anoche se vio que los de Marcelino no están todavía formados para saber doblegar a un equipo de los que rasca. Es la parte del libreto que les falta dominar para dar el salto al primer nivel. Lo que hasta ahora podía ser una intuición, es ahora una certeza; y la ventaja es que el Athletic tiene físico para lograrlo. Solo le resta saber cómo. Bordalás ha mostrado el camino y Marcelino tiene tres semanas para preparar a su tropa. Solo queda una batalla.

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