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Eden Hazard Real Madrid ChelseaGetty

Opinión: Dejad que Hazard sea feliz

Firma Fran GuillénGoal

La culpa no fue de Hazard, que canturrearía Jaime Urrutia. Hay un punto más bien tribunero en tratar de usar al belga como chivo expiatorio de todo lo malo que le ocurrió al Real Madrid en Londres. Es muy socorrido, lo sé, esto de apelar a las tripas del aficionado que se va a la cama sin cenar, pero tres bromas a destiempo no son más que la anécdota (y la punta del iceberg) de una eliminatoria en la que Tuchel le dio a Zidane uno de los zarandeos de la temporada.

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Que Eden Hazard no es Cristiano Ronaldo ya lo sabíamos. Ni tan obsesivo con la puesta a punto ni tan minucioso con la quema de calorías. Aunque no hace tanto que el hoy enemigo público número uno de Valdebebas era, con holgura, el mejor jugador de la Premier. Inasequible a las lesiones y con un toque de chispa que le metía de lleno en el estatus de hipotético Balón de Oro.

Pero es obvio que algo ha cambiado en él. Quizá la sensación de saciedad deportiva, de llegar al Real Madrid como fin y no como medio, y de sentir que ha coronado la cima de su carrera. Como el último Ronaldinho pasó de ser de luz a fiestero indefendible, a este Hazard le afean las carcajadas que tan bien hablarían de su talante si el equipo ganase.

La verdad incómoda es que el marcador global fue corto con un Chelsea que ha desplegado un nivel de intensidad y de automatismos admirable para llevar apenas tres meses aprendiéndose la partitura de Thomas Tuchel. Aun con el lunar de la falta de un ejecutor arriba, la solidez defensiva y un centro del campo en ebullición permanente convierten a los ‘blues’ en un equipo capaz de descoser a cualquiera.

Por eso el mérito del Real Madrid fue inmenso, llegando a pisar un territorio en semifinales que quizá esta temporada no le pertenecía. Pero el afán de supervivencia en Europa de los blancos es legendario y su genética dicta que, por más remiendos de circunstancias que luzca en las alineaciones, los de Zidane jamás se sienten inferiores a nadie.

Ese orgullo de campeón que quizá no haya contagiado aún a Hazard, diferente hasta para eso. Que una risa inoportuna no tape los andamios de un club con el estadio y la plantilla en obras. Los problemas, en pleno cambio de ciclo, son bastante más profundos. Y la felicidad de Hazard quizá sea, precisamente, una de las grandes soluciones.

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