GoalPuede que no lo sepan, pero los colchoneros que criticaban a Ángel Correa se estaban mirando al espejo. Ahí, en el reflejo, veían a un muchacho admirablemente imperfecto, alegoría de un equipo que, si de algo ha sacado pecho durante años, es precisamente de lo entretenido que es subir y bajar de las nubes.
Porque Correa es justo eso: amor y odio, sonrisas y lágrimas. Un futbolista que, como su equipo, es capaz de alternar noches memorables con tardes de fatalidad absoluta. Ahora te abrazo pero dentro de cinco minutos te querré agarrar del cuello. La montaña rusa que ha hecho a tantos atléticos colgarse para siempre de su equipo, enganchados a esa adrenalina.
Desatascador imprescindible, lo de la fe en Correa no es más que la confianza irracional en un karma que te va a terminar devolviendo todo lo que has entregado. Es creer en que la fe y el trabajo te acaban dando, si no la felicidad, al menos la dignidad. Es la seguridad de que una gota, por insistencia, agujerea una piedra. Es, en resumen, el ADN de cualquier colchonero que ha cantado bajo la lluvia.
Por eso Angelito es jugador fetiche para Simeone. Porque al Cholo le basta con señalarle cuando alguien le pregunta qué le pide a un futbolista. Y por eso le abraza, como padre piadoso, cuando ve que su muchacho se frustra. Esa sonrisa de Simeone en el Villamarín, mientas sujetaba al chiquillo en su pecho, venía a decir que estaba completamente seguro de que Correa sería decisivo más pronto que tarde. No se equivocaba.
Hoy sonríe el correísmo. Porque, efectivamente, tumbaron a Eibar y Huesca gracias a la chispa de su número diez. Pero vendrán más berrinches. Y más días en los que Correa se ponga fallón y atolondrado. Pero se esforzará. Y se pondrá en pie cada vez que tropiece. Por eso suena raro el murmullo freudiano de algunos atléticos hacia alguien que representa mejor que nadie a su estirpe. No lo saben pero, en el fondo, se están insultando a sí mismos.


