GoalEra favorito y fue campeón. Merecido, por cierto. El Bayern de Múnich rubricó un triplete legendario y abrochó una temporada en la que fue de menos a más y en la que Flick consiguió hacer posible lo que decían que era imposible. Copa de Alemania, Bundesliga y Champions. Tres en uno. El último episodio de la serie 'Bayern, el rodillo' fue bastante menos espectacular de lo previsto, pero fue efectivo. Después de hacer papilla a Chelsea, Barça y Lyon, el Bayern ganó esta vez por la mínima una final con ‘spoiler’. Una que nos anunció cómo va a ser este nuevo fútbol de los próximos años: ritmo alto, presión arriba, energía volcánica y contundencia en el área. Un fútbol táctico y físico.
El duelo, inédito, también representaba dinastías cruzadas. Una tradicional y otra emergente. A un lado, arrogantes viejos millonarios. Al otro, prepotentes nuevos millonarios. En los bávaros, espíritu coral y partido homérico de casi todos: Neuer, Coman, Goretzka, Thiago y Kimmich. En los franceses, espíritu individualista y sensación de decepción en casi todos. Neymar tiró del carro hasta la extenuación y acabó llorando desconsolado. Mbappé, que está todavía lejos de Messi, Cristiano y hasta del brasileño, desapareció. No hace falta ser Einstein para adivinar el futuro del club: seguirá quemando petrodólares. Aunque el balón se empeñe en enseñarles que las cosas realmente importantes no se compran con dinero.
Paradojas de la vida: como apuntaba el compañero Aitor Lagunas en las redes sociales, después de nueve temporadas y más de 1.300 millones gastados en fichajes, el PSG ha perdido su primera final de Champions gracias a un gol de Coman, un canterano suyo que salió del club sin costar un solo euro. El Bayern, millonario tradicional, lloró de felicidad. Y el PSG, un nuevo rico que tiene el dinero por castigo, lloró de frustración. Sí, los ricos también lloran.
Rubén Uría


