GoalNos manejamos mejor en el alambre del menosprecio que en la atalaya de la admiración. España cojea de esa pierna, como si de un Garrincha colectivo se tratara. La cuestión es que no son tantos los que lo hacen con talento o donosura, los más se despachan desde la vulgaridad, como si de recoger el testigo de Jorge Javier Vázquez se tratara.
En esas hemos estado durante meses, años, con Vinicius; aquel adolescente que llegó de Brasil con el rostro de haber temido por su vida en la guerra de Ruanda. Un tira y afloja entre los dos clubes más poderosos y unas declaraciones en las que se veía como futuro Balón de Oro pronto sirvieron para poner la mesa a los comensales de la casquería periodística. Recrearse con la incapacidad de Vinicius Júnior para conseguir rematar sus acciones anduvo cerca de convertirse en algo tan nuestro como comer pipas sentados en un banco.
Uno podría pensar que solazarse con el chico como diana prendía entre los más castizos antimadridistas, pero la realidad –en los bares, en las gradas y en las redes sociales– mostraba un paisaje mucho más variopinto. A los sospechosos habituales se les fueron uniendo gentes del Madrid que aparecían por doquier. Cansados de que la calabaza no se tornara en carroza, un sinnúmero de aficionados blancos fueron subiéndose al tren de la chanza con el de San Gonzalo como culo al que patear.
Hasta que una tarde, o quizá fuera de noche, no se sabe cuándo pero pocas fechas atrás, al mozo le invadió la templanza y se hizo con la llave de los goles. Los regates, tan exagerados para muchos cuando no marcaba, se convirtieron en polvo dorado y hasta las madres comenzaron a ver en el chico al Sidney Poitier de Adivina quién viene a cenar esta noche. En un tris, la materia se transformó y no quedó uno solo que quisiera mirar atrás para reconocer sus pecados. A todos ellos, a los aficionados que lo insultaron admirándolo así en el Camp Nou, y a quienes aún le nieguen el pan y la sal, Vinicius les saca la lengua. Porque no puede asegurar que el futuro será brillante, pero sí que si ha de darse, llegará desde la alegría, su pulsión más natural.
Lartaun de Azumendi


